Perú y Chile: entre el romanticismo militar y las políticas de reconciliación binacional

Columna
Diario 16, 11.04.2014.
Daniel Parodi, historiador peruano

La voluntad de cerrar las heridas del pasado y la idea de que la integración binacional se constituya en la agenda del futuro son apreciables en el artículo que, en un medio local, el vicealmirante Fernando D’Alessio le dedica al monitor Huáscar y a las relaciones peruano-chilenas. Sin embargo, la propuesta de hundir el buque de Miguel Grau con salvas de cañonazos remite a un concepto del honor militar que amerita una revisión desde una mirada más contemporánea. Al respecto, mis ideas son las siguientes:

No creo que el Huáscar, por sí solo, sea un pendiente entre el Perú y Chile. Creo más bien que podría formar parte de una política de la reconciliación que abarque muchos más aspectos con la finalidad de derrotar la desconfianza mutua y superar –no olvidar– la Guerra del Pacífico, para así promover una mirada más integracionista en la relación binacional.

Al contrario, en la propuesta de hundir el Huáscar se observa la vigencia de un nacionalismo romántico desde el cual podría resultar encomiable que en la Guerra contra España, de 1864 a 1866, el vicealmirante ibérico Juan Manuel Pareja se haya suicidado tras el deshonor que le significó la captura de la Covadonga por la armada chilena. Otros casos similares son los de Leoncio Prado, quien, siendo peruano, combatió en la guerra de independencia de Cuba y Roque Sáenz Peña, héroe argentino, quien voluntariamente se unió a la oficialidad peruana durante la Guerra del 79.

Ciertamente, los sacrificios románticos que encontramos en estas y otras epopeyas ameritan ser conmemorados y merecen todo nuestro respeto. Sin embargo, me pregunto si en los albores del siglo XXI aquella mirada no debería evolucionar hacia otra que, sin dejar de lado el tributo a la heroicidad, nos sitúe en una dimensión integracionista, en la cual un trofeo de guerra pueda convertirse, más bien, en un arma de paz, a la vez que en patrimonio histórico.

De hecho, no han dejado de sorprenderme los comentarios de varios foristas al artículo del vicealmirante D’Alessio, que sostienen que un trofeo de guerra solo puede recuperarse con otra guerra. La idea anterior no solo es obsoleta, también es equivocada. Para citar un solo ejemplo, el 16 de agosto de 1954 la república argentina, a través de su entonces presidente, Juan Domingo Perón, devolvió al Paraguay los trofeos capturados en la infausta Guerra de la Triple Alianza. Por ello, la conmemoración de dicha devolución se ha convertido en un lugar de la memoria que hoy acerca a paraguayos y argentinos.

Respecto del monitor Huáscar, peruanos y chilenos compartimos historias y emociones contrapuestas, pues en su cubierta murieron los héroes navales de ambos países: Miguel Grau y Arturo Prat. Quizá cuando resolvamos la torpe dificultad del triángulo terrestre podamos desarrollar esa mirada diferente y examinar la posibilidad de ubicar nuestroquerido monitor precisamente allí, en una costa peruana bañada por un mar chileno para que sea administrado por una brigada naval peruano-chilena. Al respecto, consideremos que Argentina y Chile, países con una larga tradición de desconfianza mutua, cuentan ya con la fuerza Cruz del Sur, contingente militar binacional que contribuye con las misiones de paz de la ONU, para no hablar de la fuerza franco-alemana, cuyas instalaciones tuve la oportunidad de visitar en 2013.

Quiero terminar evocando, por enésima vez, el abrazo de Kohl y Mitterrand en Verdún (1984), escenario de la batalla más sangrienta de la Primera Guerra Mundial, que se llevó un millón de jóvenes de Francia y Alemania. A partir de ese abrazo, sustentado en una política de la reconciliación dirigida principalmente a los jóvenes, hoy los ciudadanos de aquellos países se miran sin rencor. Pensemos pues en cómo queremos que se miren nuestras futuras generaciones, quizá entonces encontremos soluciones más contemporáneas a nuestros pendientes históricos.

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