¿Podrá EE.UU. recuperar terreno en América Latina?

Columna
El Mercurio, 08.10.2022
Juan Pablo Toro V. es director ejecutivo de AthenaLab

Después de organizar la Cumbre de las Américas, donde hubo notorias ausencias, Estados Unidos envió al jefe de su diplomacia a recorrer tres países del continente en el marco de su asistencia a la Asamblea General de la Organización de los Estados Americanos en Lima. En Bogotá y Santiago se reunió con presidentes que llevan poco tiempo en el poder y en Perú con uno que sobrevive día a día. Todos representantes de distintas izquierdas.

A ellos les habló de migración (lanzó un programa de ayuda de US$ 240 millones), cambio climático y cadenas de suministros. Dependiendo de quien fuese el interlocutor de turno hizo énfasis en el narcotráfico (Colombia) o en la defensa de la democracia en la región (Chile). En general, del secretario Antony Blinken no se apreció ni una visión amplia de un destino compartido ni tampoco un emplazamiento directo, como en tiempos de Trump.

Quizás Estados Unidos haya asumido que ya no tiene una condición de referente obligado o indiscutido. La permanencia misma del régimen venezolano o la imposibilidad de impedir la deriva autoritaria en El Salvador son muestras de los límites de su poder. Tras años de alejamiento autoimpuesto, se encuentra también con países totalmente volcados a los capitales y al comercio chino o que manejan relaciones pragmáticas con Rusia, lo que les impide cualquier condena por su agresión a Ucrania.

Más allá de las palabras de buena crianza, varios se preguntan qué ofrece Washington en concreto cuando afirma que tiene un renovado interés en una región que hoy atraviesa por tres crisis al mismo tiempo: política, donde campean la polarización, el populismo y posverdad; económica, donde golpean la inflación, recesión y la deuda; y de seguridad, marcada por la expansión de leviatanes del crimen organizado como el Cartel Jalisco Nueva Generación, Primer Comando Capital y Tren de Aragua.

Si Estados Unidos quiere ser consistente y coherente, tendrá que pensar bien cómo calibra sus esfuerzos. Sin duda tiene mucho que aportar. Pero más valen pocas iniciativas precisas que grandes enfoques inspiradores.

En lo político, Washington puede compartir experiencias sobre cómo lidiar con las fake news y evitar las intrusiones de actores externos en procesos electorales y en sistemas de los gobiernos, algo que les afectó directamente.

En lo económico, creo que nadie espera una inyección masiva de capitales estadounidenses, pero sí quizás algún tipo de fomento de iniciativas en materia de integración de redes de telecomunicaciones “limpias” entre países afines, una orientación en el manejo de capitales de países autoritarios y transferencia tecnológica a sectores como el energético.

Y en el campo de la seguridad, donde siempre ha marcado una diferencia significativa, por ejemplo, puede compartir información para monitorear la pesca ilegal a gran escala, ayudar a que las Fuerzas Armadas se preparen para lidiar con cambio climático o identificar mejor las rutas del lavado de dinero de quienes lucran con toda clase de crímenes.

En todos esos aspectos, China y Rusia no tienen lo mismo que ofrecer. En un mundo marcado por la competencia entre grandes potencias, todas las sociedades/amistades suman y por eso mismo se vuelven a redibujar las esferas de influencia. Es cierto que hay líderes de la izquierda predominante que tienen un recelo atávico a Estados Unidos, pero creo que incluso ellos entienden que en la triple crisis que atraviesan sus países necesitarán manejar cierto pragmatismo. Ahora, si Washington no traduce sus promesas o buenos deseos en acciones y vuelve a asuntarse, difícilmente podrá recuperar el terreno y tiempo perdidos.

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