Por qué no se callan

Columna
El Líbero, 13.07.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

Durante la XVII Cumbre Iberoamericana celebrada el 2007, en Santiago, bajo el lema “Iberoamérica: Desarrollo e Inclusión social”, se produjo un célebre incidente, hoy bastante olvidado, entre el entonces monarca español, el rey Juan Carlos I, y el exmandatario venezolano, Hugo Chávez. Ya finalizaba el encuentro presidido por la expresidenta Michelle Bachelet, cuando Chávez arremetió contra quien había sido presidente de Gobierno español, José María Aznar, calificándolo de fascista por las críticas que éste había hecho a su gobierno en uso de sus facultades como ciudadano particular, hombre libre, destacado dirigente de una corriente de opinión, y amparado por un estado de derecho. Ya entonces Venezuela se encaminaba a una dictadura, lo que perdura hasta hoy. En su lenguaje selvático y mitológico Chávez aducía que “…los fascistas no son humanos, tienen forma humana, pero no son humanos; yo creo que una serpiente es más humana que un fascista o que un racista; un tigre es más humano…”.

A quien insultaba Chávez no era sólo a la persona de Aznar, sino a quien había dirigido una institución votada mayoritaria y democráticamente por los ciudadanos españoles. Por eso, pidió la palabra el sucesor de éste, José Luis Rodríguez Zapatero -en las antípodas ideológicas de Aznar y a quien Chávez lo trataba en público de “amigo”- para pedir respeto por su antecesor. La intervención de Zapatero fue, sin embargo, torpedeada por Chávez sin orden ni consideración alguna, repetidamente, en voz alta, donde volvía a calificar a Aznar de fascista. La situación se ponía cada vez más tensa hasta que reventó con la inesperada y muy humana reacción del monarca hispano que, mirando fijamente al venezolano le espetó: «¡Por qué no te callas!». La presidencia de Bachelet se salía de control. Temerosamente llamó a evitar “diálogos” para que Zapatero pudiera concluir su intervención, pero a esas alturas, el ¡por qué no te callas! de Juan Carlos I daba la vuelta al mundo en los noticieros y los resultados de la XVII Cumbre quedaron en el olvido.

El incidente escaló un poco más, con Chávez solicitándole al rey disculpas públicas y amenazando a las empresas españolas en Venezuela, pero todo acabó al año siguiente con un abrazo entre Juan Carlos y el desaparecido Chávez, en Palma de Mallorca. Lo que no terminó fue la hilaridad, el uso extensivo y jocoso de la frase y la descalificación del autócrata venezolano ante la inmensa mayoría de la opinión pública hispana. Excepto entre algunos fanáticos, su imagen nunca se recompuso.

No obstante, no hemos aprendido del incidente. Gustavo Petro, el presidente colombiano de florida y abundante retórica, incontinente en las redes sociales, nos acaba de asestar un golpe para defender a Daniel Jadue. En la red X el colombiano, es decir, el presidente de la República de Colombia posteó en tono absolutista: “Yo pido la libertad de ‘Gabriel’ Jadue en Chile”. Ofendidos, le mandamos una nota de protesta en términos duros, a través del Encargado de Negocios de Bogotá en Santiago, pero nada más. La noticia ni siquiera fue publicada en la sección prensa del sitio web de la Cancillería.

¿Quién es Gustavo Petro para solicitar semejante petición? ¿Alguien le ha dado el derecho a intervenir en los asuntos chilenos? Usted es el presidente de Colombia, señor, no es Gustavo Petro el ciudadano. Su Presidencia es una institución que tiene el deber de respetar el estado de derecho y la soberanía de Chile. ¿Se imagina usted que el presidente Boric posteara algo así como: “Pido la libertad para Rodolfo Hernández” (el contrincante de Gustavo Petro el 2022, condenado por celebración indebida de contratos como exalcalde Bucaramanga). ¿Con qué derecho lo haría?

El daño de Petro a Chile ya estaba hecho en esa única frase, pero agregó, refiriéndose siempre al caso Jadue, que en su opinión el alcalde de Recoleta estaría “preso por la jurisprudencia de Pinochet, impuesta a los seres libres”. La frase constituye una ofensa a los tres poderes y a todos los chilenos. Parece que hemos sido incapaces, según su visión de las cosas, de construir un estado de derecho en forma y fuimos incompetentes para introducir reformas que nos permitan salir de la jurisprudencia dictatorial a 34 años de terminada aquella. Es decir, a juicio de Gustavo Petro, que no se desdobla y siempre es presidente de Colombia, nuestras instituciones siguen en el pasado, nuestra democracia nunca se consolidó, seguimos rehenes de Pinochet. Somos ciudadanos que necesitamos de la sabiduría omnisciente del señor Petro. Inaceptable.

Entiendo que la Cancillería no quiera escalar esta situación, pero una nota no detiene la incontinencia verbal, el insulto hecho público. Comprendo que el gobierno se encuentra atrapado entre dos fuegos: por una parte, reaccionar; por otra, no colocar en peligro su relación con el Partido Comunista, socio en el gobierno y mentor de la campaña internacional para presentar a Jadue como víctima. No entiendo, sin embargo, que las arremetidas verbales sean respondidas rutinaria y privadamente.

Hay que hacerle saber a nuestra opinión pública qué medidas salvaguardan el honor nacional y hacerle saber a Colombia -y a otros líderes regionales que sufren del mismo mal-que las expresiones o simpatías ideológicas de su presidente, mientras ocupa el cargo, tienen consecuencias. No se trata de cortar relaciones, pero sí suspender nuestra participación en reuniones sustantivas, retrasar las credenciales del nuevo embajador colombiano, demorar decisiones económicas que no atenten contra nuestros intereses, pedir públicamente una retractación del Mandatario colombiano tal como él lo hace en público ante las provocaciones de Javier Milei. Es decir, tenemos que hacer saber que con Chile no se juega, que ensuciar nuestras instituciones no es gratuito. Hasta ahora, sin embargo, prevalecen sus declaraciones y, a pesar de nuestro enfado, siguieron los reposteos de Petro de mensajes de solidaridad con Jadue. Ninguna rectificación.

Lo malo es que se ha instalado en nuestra región un clima de intervenciones de cuño ideológico totalmente dañino para la sana convivencia entre nosotros y a cuyo amparo se produce el exabrupto de Petro. La intervención brasileña en el proceso electoral argentino, manejada desde el Palacio de Planalto, fue escandalosa. De allí se sigue la retahíla de declaraciones incontinentes de Milei respecto de Lula y de otros presidentes que también promovieron públicamente la candidatura de Massa; la rabia que el argentino destila contra los mandatarios de México, Colombia, España y de quienes están más a la izquierda aún, es totalmente contraproducente. Tal vez esté alentado por su nuevo papel de rock star de las políticas liberal-conservadoras en el mundo y avivado como tal en diversas reuniones de su facción doctrinaria. Al igual que Petro, Milei representa la dignidad de la magistratura, habla por ella, no se transforma y debe velar por los intereses esenciales de su país. No se comprende así el pertinaz ensañamiento con Lula.

Estas declaraciones descontroladas se alimentan, también, por la necesidad del rating, para insuflar el nacionalismo, el chauvinismo local, el circo, o por mantener la cruzada épica de las convicciones ideológicas allende las fronteras. Mala cosa. En esta esfera de las relaciones internacionales se vela por los intereses futuros de cada país, más allá de una presidencia, y no podemos quedarnos sentados contemplando anonadados un show, un reality permanente, un espectáculo peligroso de descalificaciones personales o institucionales.

No podemos convalidar un ring en el debate público interno o externo, y cuya expresión más penosa parece que va a ser la próxima campaña presidencial norteamericana. Desde este rincón del sur del mundo tenemos la responsabilidad, el deber de reivindicar la decencia en política y no dejarnos contagiar por esta epidemia de estupidez.

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