Columna El Líbero, 28.12.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Donald Trump aún no asume como presidente de los Estados Unidos y ya ha planteado varias cuestiones que sacan roncha en nuestro hemisferio y sobre las que tarde o temprano nos tendremos que pronunciar: la amenaza de revertir la soberanía del Canal de Panamá; la compra de Groenlandia por los Estados Unidos; la declaratoria de los carteles mexicanos de droga como organizaciones terroristas; y convertir a Canadá en un estado de la Unión. Algunas suenan chistosas, pero.…
Entre las que hay considerar con rigor está el tema panameño. A Trump le molesta el costo de los peajes cobrados por el Canal; quisiera un compromiso más firme de Panamá en el tema migratorio; le incomoda la presencia china en dicho país, pero su retórica se mueve según la vieja lógica del discurso extremo para regatear después. Así, amenaza veladamente con el despliegue de los marines para recuperar el Canal y violentar un Tratado internacional firmado libremente por los Estados Unidos algo que, creo, puede ocurrir sólo bajo condiciones de guerra abierta global.
El tema de las tarifas a los barcos por el cruce de la vía es eminentemente técnico y se establece en función de una evaluación de expertos donde participan los usuarios y considera “las condiciones del mercado, la competencia internacional, los costos operativos y las necesidades de su mantenimiento y modernización”, en palabras del presidente José Raúl Mulino. Aquí puede haber algún margen para negociar una eventual rebaja o congelamiento de tarifas, que suponemos sería igual para todos los usuarios del Canal. Esto debería redundar en beneficio de Chile, el cuarto mayor usuario a nivel mundial, pero nunca a costa de legítimas aspiraciones de Panamá.
El compromiso del istmo en el tema migratorio y en el tráfico de drogas desde América del Sur hacia México y Estados Unidos es un asunto político. Para combatir a ambos se requiere de una asociación aún más comprometida de Estados Unidos (y de todos los países de tránsito) con Panamá. Es decir, voluntad y compromiso financiero. En cualquier caso, cabe hacer notar que, según las estadísticas, este año el flujo humano disminuyó en unas 200.000 personas, desde las 520.000 que cruzaron el Darién el año anterior.
La perspectiva más complicada del discurso de Trump es la que involucra a Panamá y a China, cuando dice que el Canal “no debe caer en las manos equivocadas”. La afirmación implica un enfoque que sugiere una supuesta dependencia de Panamá respecto de Beijing.
El Canal pasó de manos norteamericanas a manos panameñas en 1999, después de un largo proceso que arrancó, en su etapa final, en 1979. Estados Unidos retuvo una vinculación con éste al garantizar la mantención de su apertura, neutralidad, seguridad y el pasaje expedito de navíos de guerra estadounidenses de un extremo a otro. El Protocolo de Neutralidad de 1977 aseguraba estos aspectos y establecía en su artículo 7 la posibilidad que terceros países adhirieran al mismo. En esa época, Panamá reconocía a la República de China (Taiwán) como legítimo representante de toda China, quienes se sumaron al régimen de neutralidad. Alrededor de 40 países han adherido al Protocolo desde entonces, entre ellos Chile.
Sin embargo, en 2017 Panamá decidió reconocer a la R.P. China. Estos rehusaron aceptar la firma de Taiwán en el Protocolo de Neutralidad y que su rúbrica coexista con la de la isla. Además, alegaron que el Canal no es totalmente neutral si hay un compromiso de seguridad asumido por los EEUU; bases americanas en territorio centroamericano; o ejercicios militares regulares como los Panamax, en los que Chile y varios países latinoamericanos participamos. Por ello, se limitaron a aceptar en una Declaración Oficial, que China “respeta la neutralidad permanente de los servicios del Canal de Panamá”. Nada más. Más adelante, las presiones panameñas sobre China para el reconocimiento del Protocolo no tuvieron resultado. Hoy día, China es el único miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU que todavía no adhiere a la neutralidad del Canal.
Además, cuando se establecieron relaciones se habló de la adhesión panameña a la iniciativa china de “la Franja y la Ruta”, se acordaron negociaciones para un TLC; se firmó un Acuerdo de Transporte Marítimo; China señaló que apoyaría a sus empresas para participar en la construcción de infraestructura en Panamá; animó al sector financiero a instalarse en el istmo, y convinieron en “democratizar” las relaciones internacionales, entre otros asuntos.
El reconocimiento diplomático también garantizaba la concesión de los puertos de Balboa y Cristóbal (en ambos extremos del Canal) a la empresa de Hong Kong, Hutcheson-Whampoa, en 1996, un año antes del traspaso de la excolonia británica a China. Ya entonces se instaló entre diversos líderes políticos norteamericanos la sospecha de que los puertos operados por la empresa servirían a los intereses de los asiáticos. La situación no ha hecho más que agudizarse en el contexto de las fricciones entre China y los Estados Unidos.
En estos años, China expandió su presencia económica en Panamá. El stock de inversión llegó a mil millones de dólares. Doscientas empresas se instalaron en el país. Se convirtieron en los mayores proveedores de la Zona Libre de Colón, la segunda mayor del mundo. Fueron los principales compradores de cobre panameño hasta el año pasado, cuando se clausuró la mina.
Sin embargo, durante la presidencia de Laurentino Cortizo, antecesor de Mulino, Panamá comenzó a tomar distancia de China al percibir que el valioso espacio estratégico que ocupan en el tablero mundial podría convertirse en una desventaja en estos tiempos, especialmente para un país de apenas 4,5 millones de habitantes, sin Ejército y con una Fuerza Pública de apenas 33 mil efectivos. Así, varios proyectos discutidos con China no han avanzado. Entre ellos, la construcción de un terminal para contenedores y otro para la licuefacción de GNL por US$ 900 millones en Colón; el tren de alta velocidad para unir Panamá con David (450 kms); o el prometido TLC bilateral.
Sin embargo, las impertinentes declaraciones de Trump sobre Panamá, que veladamente amenazan con una intervención militar, seguidas del nombramiento de un embajador de segundo nivel, socavan en ese país la confianza en las relaciones futuras con Washington y le hacen el juego a China. Pocas veces la unanimidad de las fuerzas políticas panameñas había rechazado de forma tan contundente las expresiones de un futuro mandatario norteamericano.
Algo similar ocurre en el polo norte con Groenlandia, país asociado a Dinamarca que se encarga de su defensa y relaciones exteriores, y socio de la OTAN. Siguiendo el instinto del Destino Manifiesto, Trump reflotó su idea (y de Truman) de que EEUU compre por razones estratégicas la isla polar. Los yacimientos de tierras raras en ese territorio remoto y la creciente importancia del Ártico para la navegación intercontinental y la defensa serían los ejes detrás de esta vieja idea.
Igual que en Panamá, para el gobierno danés y su asociado groenlandés, la sugerencia ha caído como una bomba, pero conscientes que el discurso busca obtener ventajas, le han dicho que están abiertos a la cooperación. La soberanía sólo sería posible de entregar, al igual que en la II Guerra, en el marco de un conflicto global. Sin embargo, en el camino Trump va sembrando desconfianzas y resentimientos entre la población y dificultades con gobiernos aliados, por tosco y descarado.