¡Quiero una Gift-Card!

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El País Online, 04.09.2020
Enrique Subercaseaux M., ex diplomático y director Fundación Voz Nacional

Nunca he ganado nada en un concurso.  Me corrijo. A los 6 o 7 años de edad me gane un disco de cuentos de la revista Mampato. Había que enviar un crucigrama bien hecho.  El disco duró poco, la calidad no era buena en esas épocas. No volví a hacer crucigramas.

Luego, con los años, me hice asiduo al Kino. Un cartón semanal. Al azar. Alguna vez ganaba los premios mínimos.  Compraba con el premio un paquete de chicles.  He seguido con buena dentadura. Hasta hoy. Algo es algo.

Tampoco me han llamado nunca para contestar encuestas.  2 veces por email me enviaron, la misma, con bastante tiempo de intervalo. Sobre los bancos en Chile.  Ambas las conteste de modo distinto, por capricho, y por esto del “voto oculto”.

Ahora, nadie me ha encuestado, por lo que me imagino que pudiese primero proponer, y luego imponer, un arreglo para este berenjenal. Distinto y más simple que un constitucionalista pelado, que milita en algún partido del mar de los sargazos, y que es muy latero.

En efecto. Una “gift-card” recargable para cada uno de los chilenos.  A partir de los 14 años, para adelantarme a presiones emanadas de alguna turba drogada y con pancartas.

La tecnología lo permite hacer y es muy fácil. La producción, el retiro y la recarga.  Aún más fácil que el 10% de las AFP, que no eran recargables, y a mí ya se me terminó.

De la blogosfera, mi idea pasa y se cristaliza.  Me llaman de las oficinas (curiosamente en el mismo bonito edificio, con ascensores inteligentes) de los dos candidatos que van en punta.  Una oficina en el piso par y la otra en el impar. Algo más ecuánime que la odiosa distinción de izquierda y derecha, que aún existe, a pesar que todos dicen que ya está obsoleta.

Asisto a la reunión de “focus group” en días consecutivos, pues no sabía cuánto iría a durar el interrogatorio.

En ambas me sirvieron café (soluble de tarro) y un vaso de agua, que parecía embotellada.   En ambas noches sufrí los estragos del agua potable de Santiago.  En fin.

En ambas ocasiones describí los elementos que justificaban tal propuesta. Discursos idénticos, preguntas idénticas.  Pero, a medio camino se les acabo la hoja de papel en que estaban anotando.  Parece que pensé mucho (y ellos poco). Les dije, primero, que achicaran la letra (me acordé que en el colegio se hacía así) y luego que escribieran con líneas torcidas. Esto último les salió mucho más fácil y natural.

La misma amabilidad. El mismo buenismo.  Era como estar en las playas de Cancún, sin necesidad de tomar el avión.  Me recordó un conocido que cada vez que viajaba a Miami se sacaba una selfi, con el teléfono del plan de Movistar, al lado de unas palmeras artificiales, dentro de un Mall atiborrado de gentes y de productos.  Me explicaba que así no se le pegaban los bichos que viven en las palmeras “de verdad”. Puede ser. Pero no se veían naturales.

Yo, en tanto, fantaseaba el uso a mi “gift-card”, ya las compras en Amazon.  (no ropa porque no sé de tallas).  Así, no tendría que tomar el avión a ninguna parte.

Bueno, a Mendoza si para la fiesta de la vendimia.

De idénticas oficinas, de distintos candidatos, salieron idénticas propuestas.  Pensé, en privado, que este sería el milagro de la “socialdemocracia”.

Al final no me inquiete cuando gano el número 2.  Igual, no fui a votar.

Se desechó la Asamblea Constituyente, con el objeto de ahorrar dinero, y se anunció la “gift-card” universal.  Jolgorio mayúsculo, como cuando abren las fondas, a pesar que nadie sabe bailar cueca ni toma chicha.

Recibo, al cabo de un tiempo la ansiada tarjeta. Muy bonita. Incluso la diseñaron con un holograma con una corona al medio.  Éramos un país tan grande.

Yo callado porque me hicieron firmar un papel de confidencialidad, pero me prometieron que la mía venia bonificada con un 2.5% extra.  Tacaño me pareció, pero qué diablos.

En el sobre, la tarjeta, brillante. Y un manual de instrucciones, breve y poco claro. Había que activarla primero.  Por teléfono no pude. Había que asistir a un banco, en determinadas sucursales. Después de una cola interminable (yo soy asintomático, por lo que lo del virus no me pone nervioso), al tercer intento la pude activar.

Primera compra por Amazon: imposible. Tarjeta bloqueada.

Bueno, una multitienda pensé. Fui, premunido de una lista breve de cosas que necesitaba.

Los zapatos que me gustaban no existían en mi talla y en el color que prefería, me lleve otros un poco más grandes. Total, les rellenaría la punta con un calcetín.

Quería una estufa de tres velocidades. No tenían, me tuve que conformar con una simple y que consumía muchísima electricidad (me di cuenta dos meses después).

Al final compré dos o tres cosas más, al azar, ya que no encontraba lo que quería, y me fui de vuelta a casa.

Me llegó un mensaje que había sobrepasado el límite de gastos de mi tarjeta, y que esta se cancelaba.

Llame al call-center, y después de esperar harto rato (repase Guerra y Paz de Tolstoi en el intertanto), me preguntaron si había leído la letra chica del manual.  Obvio que no. Si esta era imposible de leer incluso con una lupa, de esas potentes.

Sin tarjeta y sin recarga. Sin nada que hacer.

Volví a jugar mi cartón del Kino. Semanal. Números al azar. En una de esas me lo ganaba.

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