¿Rumbo a una guerra infinita?

Columna
El Líbero, 30.05.2022
Ivan Witker, académico (Universidad Central) e investigador (ANEPE)

Es probable que rusos y ucranianos quieran seguir demostrando superioridad en el campo de batalla por un tiempo más

La pregunta por estos días es: ¿cómo irá a acabar la guerra ruso-ucraniana? Lo que pareció una misión relámpago para los rusos se ha extendido por fatigosos tres meses. Aquello que sería una “operación militar especial”, destinada a solucionar un problema vecinal, sigue en ascuas. Y aun cuando la victoria rusa debiera ocurrir tarde o temprano, sus soldados se siguen enfrentando a una resistencia fuera de los cálculos iniciales.

¿Adoleció entonces el planteo operacional escogido por los rusos de errores tácticos y estratégicos? ¿O sencillamente es obsoleto para esta época? ¿O la tecnología rusa no ha demostrado en el campo de batalla ser tan prodigiosa como se suponía? ¿O posiblemente los militares ucranianos están dotados de una reciedumbre fuera de lo común? Son algunas de las interminables preguntas en torno a este conflicto bélico. Suman cientos. Pero muy pocas tienen respuestas convincentes.

 

Elementos ralentizadores

Esto lleva a una duda política de mayor calibre, relacionada con el desenlace previsible de esta guerra. La evidencia empírica demuestra, lamentablemente, la imposibilidad de definirlo de manera taxativa. Sólo caben apuestas basadas en corazonadas, dado que en el terreno bélico es frecuente constatar la inviabilidad de tanta racionalidad.

Mirados políticamente, los conflictos internacionales bélicos suelen ingresar a su etapa final siguiendo una secuencia relativamente convencional. Primero, un alto al fuego, aunque sea momentáneo, para abrir espacios a una fase siguiente marcada por la negociación. Si esta es exitosa, se salta a un armisticio o a un acuerdo de retiro gradual de tropas y, en el mejor de los casos, a la suscripción de un tratado de paz. Son caminos dominados por cierta lógica en horas dramáticas.

Lamentablemente, lo visto en el conflicto ruso-ucraniano, y los esfuerzos pacificadores no registran tal avance. Se divisan allí demasiados elementos ralentizadores, provenientes de ambos lados. Por ejemplo, la presencia oblicua de la OTAN sobre el terreno. Sus envíos de armas se han hecho tan masivos, que más alguien se pregunta por estas horas: ¿en esta guerra los ucranianos ponen los muertos solamente? Otro elemento ralentizador emana del Kremlin. No hay señales claras respecto en qué tipo de casus belli se han embarcado los rusos. Aquello de la “desnazificación” del gobierno ucraniano suena extemporáneo y más bien a una excusa.

 

Una guerra prolongada y de desgaste

Estos elementos ralentizadores habría que verlos entonces más bien como síntomas de un final bélico que, en las actuales condiciones, sólo dejaría un sabor amargo en ambos contendientes. La teoría de las relaciones internacionales habla -en tales circunstancias- de una “guerra de desgaste”. En algunos textos se le encuentra también como “guerra de usura”, por su traducción desde el francés. Es lo que conocemos como attrition war o Abnutzungskrieg. O bien, guerre d´usure.

Se trata de un tipo de guerra prolongada, donde ambos contendientes suponen haber detectado claves que le permitan derrotar al adversario en un lapso no breve, pero tampoco lejano. Ello los lleva a inclinarse por un nocivo juego de sobreestimación de las propias capacidades y subestimación de las del enemigo. Como resultado, las hostilidades armadas, la destrucción y las víctimas aumentan de manera muy superior a las calculadas inicialmente.

Otros síntomas de que este tipo de guerra se está imponiendo emergen tanto de una Blitzkrieg que no ocurrió, como del empantanamiento de las negociaciones promovidas por turcos e israelíes. Por añadidura fracasarán también los actuales esfuerzos de la cancillería italiana. Su notable perspicacia histórica parece insuficiente. Rusia y Ucrania demandan de una elevadísima capacidad coercitiva. Roma, por desgracia, carece de estatura estratégica como para imponerle a Moscú y Kiev una especie de mensaje siciliano que los obligue a negociar.

Jeffrey Sachs acaba de alertar sobre lo que llama “consecuencias salvajes de una guerra de desgaste”. Lo hizo en una columna, hace muy pocos días, publicada en el New York Times, y titulada “Ending the war of attrition in Ukraine”. En ella apela a gestos de civilidad por parte de los contendientes.

Sachs alerta, con razón, sobre el nulo resultado de las sanciones impuestas a Rusia, tal como ocurrió con Norcorea, Venezuela o Irán. Incluso advierte de posibles efectos boomerang, no sólo porque los vacíos los llenan otros interesados en profitar con desgracias ajenas, sino por la imposibilidad de cubrir tantos frentes económicos en problemas, como el gasífero y el agrícola, por mencionar los más complicados. Sachs sostiene que una guerra de desgaste añadirá mayor debilidad a la administración Biden.

A todos estos argumentos debe agregarse algo obvio, conociendo la naturaleza humana. En el plano militar, una “guerra de desgaste” puede, en cualquier momento, desatar mayores pasiones y provocar el deseo de usar armas nucleares tácticas. Ya una buena idea de las tentaciones desmedidas lo da esa entrega masiva de armas ofensivas a Ucrania. La administración Biden le proveerá de sistemas MLRS y HIMARS, capaces de disparar varios misiles a cientos de kilómetros de distancia.

 

Pérdida de novedad

Por lo tanto, es probable que rusos y ucranianos quieran seguir demostrando superioridad en el campo de batalla por un tiempo más. Es dable esperar entonces en las próximas semanas combates escurridizos, pero ya adentrado en los bosques y zonas apartadas. Seguirá la cotidianeidad sangrienta, pero paulatinamente dejará de conmover espíritus.

Por de pronto, ya se observa su desaparición de las primeras portadas en los diarios y noticiarios audiovisuales. Los canales de TV y las redes sociales ya han empezado a desviar su lascivia mediática hacia nuevos focos de crisis y lo seguirán haciendo a medida que inevitablemente vayan estallando otros en diversos lugares del planeta. Y cuando ya nadie tenga a esta guerra entre sus preocupaciones, los dos bandos se podrían declarar vencedores sin que ello importe mucho fuera de sus entornos más inmediatos. Es el destino de estas “guerras de desgaste”.

Entre las más conocidas en las décadas recientes está la guerra Irán-Irak ocurrida en los 80 y citada frecuentemente por el historiador militar británico John Keegan. En ella, y tal como se prevé ahora en el caso ruso-ucraniano, los reales vencedores fueron los fabricantes de armas, que suelen arreglárselas para proveer a ambos bandos de forma simultánea. Otra “guerra de desgaste” conocida fue aquella entre Israel contra Egipto/Jordania a fines de los 70.

¿Habrá espacio aún en Ucrania para apurar un alto al fuego un panorama tan sombrío como el descrito?, ¿cómo se podrían viabilizar, tras casi 100 días de crudos combates, la deseada neutralidad ucraniana, el retiro de tropas rusas, un status especial para la región de Donbas y otro para Crimea?

Se necesita demasiado optimismo para ver factible todo aquello.

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