Seguridad y cambio climático: Un nexo necesario

Columna
El Mercurio, 27.08.2022
Juan Pablo Toro, director ejecutivo de AthenaLab

Las graves sequías que afectan el hemisferio norte están dejando al descubierto sorprendentes vestigios del pasado en los lechos de ríos. En Texas, huellas de dinosaurios que vivieron hace 113 millones de años deslumbran por su tamaño, pero también pueden ser tomadas como el recuerdo de una extinción.

Entre todos los problemas que hoy afectan al mundo, como la guerra en Ucrania, la crisis del estrecho de Taiwán, la inflación generalizada y la persistencia del covid-19, el cambio climático puede parecer el menos urgente de atender. Pero no lo es, como amenaza existencial afecta todas las áreas de la vida y, sin duda, entre ellas la seguridad y la defensa. Quizás esta sea su dimensión menos estudiada, aunque no menos importante.

Hasta ahora, existe un relativo consenso de que el cambio climático actúa como un catalizador de conflictos, es decir, ahonda las fracturas existentes en o entre comunidades. Por ejemplo, la disputa por un río compartido se agudizará mucho más desde la escasez que desde la abundancia.

Si la búsqueda constante de recursos y estabilidad ha sido un factor que explica el constante movimiento de las personas durante miles de años, las alteraciones en el entorno auguran migraciones masivas, con impactos difíciles de prever en los países o regiones receptoras.

Distintos estudios han establecido un grado de causalidad entre la sequía que afectó a Siria en 2007 y 2010, el desplazamiento desde los campos hacia las ciudades y la guerra civil que estalló en 2011 por una ola de descontento popular contra la dictadura de Bashar al Assad. En su best seller “Planeta inhóspito”, David Wallace-Wells, citando investigaciones sobre alza de la temperatura y violencia, indica que “por cada medio grado de calentamiento, las sociedades podrían ver incrementadas las posibilidades de conflicto armado, entre un 10% a un 20%”.

En muchas de las conferencias internacionales de seguridad, el tema del cambio climático es obligado. No solo por su incidencia en los conflictos, sino más bien por las preguntas que abre sobre las respuestas que darán los Estados a través de sus Fuerzas Armadas a este desafío. (Green defence, la llaman los británicos).

¿Qué significa para las infraestructuras actuales? ¿Qué hacer en cuanto al consumo de hidrocarburos y emisiones? ¿Se debe incluir este factor en la planificación de operaciones? Pensemos en una estación naval ante el aumento del nivel de los mares o una mayor frecuencia de marejadas; en bases militares en zonas remotas y la posibilidad de alimentarlas con energías renovables; en una tormenta súbita que pueda desbaratar una operación aérea.

A esas preguntas concretas se suma la proyección de escenarios futuros, más allá de operaciones humanitarias ante desastres naturales (algo ya conocido). Quienes estudian el tema barajan la posibilidad de intervenciones climáticas. Así como se han enviado cascos azules para intentar detener guerras, algún día podría darse el despliegue de tropas con tal de proteger áreas fundamentales para regular el cambio climático, como el Amazonas o la Antártica.

Sin duda, lo que hoy sobran son interrogantes y lo que faltan son respuestas. Países como Estados Unidos, Francia y el Reino Unido ya incorporan el cambio climático como una variable en sus estrategias. La única certeza es que sí tendrá impacto en la seguridad y la defensa, debiendo ambas anticiparse ante la amenaza. De otro modo, otras serán las huellas de un recuerdo.

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