Tergiversando a Allende

Columna
El Mercurio, 02.10.2023
Álvaro Góngora, historiador y columnista

A propósito del 11 de septiembre, conocimos actos y discursos apologéticos: dirigentes de izquierda solicitaron al concejo municipal viñamarino rebautizar la calle Quillota como avenida Salvador Allende y, en la presentación de una biografía, su alcaldesa señaló que se trataba “de una de las personalidades más importantes de la historia nacional del siglo XX. Un líder excepcional que codujo el proceso político chileno más observado en el mundo… aunó en su cuarta campaña presidencial a las fuerzas de izquierda”. Y el presidente Boric lo calificó como el “político latinoamericano que durante toda su vida actuó en función de estrictos códigos democráticos”.

Son expresiones que reflejan una exaltación propia de quienes ven la realidad con óptica eminentemente ideológica. Y es grave, porque tergiversan la historia con sus afirmaciones sin sustento.

La trayectoria política de Allende fue respetable, como diputado, ministro, senador por varios períodos. Siendo fiel a sus ideales, persiguió encabezar un gobierno bajo el credo marxista. Fue probo, vivió de la política y sin lujos, sencillo de trato, generoso con los socialmente débiles. Cierto, durante un largo período de su vida fue un demócrata, hasta que logró alcanzar la Presidencia y vio desplomarse su liderazgo, por añadidura.

Su ambición por llegar a La Moneda e implementar el socialismo en Chile le costó caro. Su partido (PS), después de tres postulaciones fallidas, no quería presentarlo, ni su presidente, Aniceto Rodríguez, y sobre todo Altamirano. Insistió, muñequeó hasta lograr la candidatura, pero pagando un precio altísimo: empeñó su capital político. El comité central lo eligió con más abstenciones que votos, algo degradante. Los otros candidatos de la UP no tenían tonelaje para enfrentar al candidato de la derecha, Jorge Alessandri. Por eso fue el abanderado.

Mas, para el pacto de la UP, lo fundamental era el programa y su concreción, no la figura presidencial, quien debía ser obsecuente con las determinaciones que por unanimidad adoptara el Comité UP, integrado por militantes del conjunto de partidos. Siempre estuvo maniatado, no tuvo autoridad, no fue el conductor que el complejo proyecto requería. Estuvo en jaque hasta el final y pasó tres años negociando con el Comité. De ahí que aludir a su liderazgo y eso de que aunó a las fuerzas de izquierda es incorrecto.

Por eso también fue errático su desempeño, pues al interior de la UP quedó en evidencia en 1971 que existían dos corrientes. Una dirigida por el PS —que promovía la vía armada, junto al MIR y otros partidos—; la otra, por el PC, de tono más moderado. Y entre ellas hubo discrepancias fatales sobre distintas materias, lo cual entorpeció la gestión del Ejecutivo. Buena parte del mal manejo gubernamental y desastre económico-social se debió a estos desacuerdos. El presidente, ante dicha división, fue ambiguo. Lo de la vía democrática quedó en el discurso, amén de que nunca condenó la vía armada. En 1973, fue acusado constitucionalmente por numerosos atropellos a la Constitución y varios colegios profesionales, universidades y potentes sindicatos reclamaron por lo mismo. Su código democrático en esos años ya era laxo.

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