Un juego global de tronos

Columna
El Confidencial, 02.09.2020
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España
Mientras el virus hace estragos, las relaciones entre las tres grandes potencias, Estados Unidos, China y Rusia, están cambiando

Son tales los estragos que está haciendo el 'maldito virus' en nuestras vidas, en la salud, en la economía y en el empleo, por citar solo algunos de los sectores más directamente afectados, que está acaparando toda nuestra atención y parece que no ocurriera nada más. Pero esta sensación es tan comprensible como falsa, porque la pandemia altera pero no detiene la marcha del mundo, que sigue girando en derredor del Sol con la precisión de esos soldados norcoreanos que no parecen humanos sino robots. Siguen los monzones en la India, los huracanes en el Caribe, la deforestación amazónica o la fusión del permafrost polar, que a duras penas se abren paso en los telediarios a pesar de la gravedad de estos signos del calentamiento global cuyos, efectos a medio plazo dejarán chicos los de esta pandemia.

De forma que mientras el virus hace estragos, las relaciones entre las tres grandes potencias están cambiando, y soy muy consciente de mi generosidad al escribirlo, pues a Putin le encantaría leer esta frase que le pone al nivel de Trump y de Xi aunque no sea verdad. Así, prosigue el distanciamiento, más visceral que racional, entre los Estados Unidos de Donald Trump y una Unión Europea algo arrugada y envejecida que se siente abandonada por el antiguo amante que antes la colmara de favores.

Washington nos exige gastar más en defensa, nos impone sanciones comerciales en represalia por ciertas ayudas a Airbus y nos amenaza con otras (especialmente a Alemania) por la construcción del gasoducto Nordstream II, que aumentará la dependencia energética del vecino ruso. Y por nuestra parte, no estamos de acuerdo con su política con respecto a Irán y el desacuerdo ha saltado al propio Consejo de Seguridad de la ONU. Esa 'traición' del viejo amante nos parece injusta y nos produce amargura y rabia que no disminuyen ante la íntima convicción de que regresaremos a sus brazos tan pronto como nos lo pida porque no tenemos otra alternativa... Al mismo tiempo que somos conscientes de que las cosas ya nunca volverán a ser como antes entre nosotros. Porque se ha roto la confianza y además sospechamos que el 'primo de Zumosol' ya no vendrá a ayudarnos como hizo repetidamente en el pasado si alguien por la calle nos da un tirón y nos arrebata el bolso. Ahora sabemos que no tenemos más remedio que ir a clases de karate.

China se está complicando la vida. Su alejamiento de Estados Unidos es cada día mayor y no parece que la relación pueda mejorar a corto/medio plazo, gane quien gane las elecciones norteamericanas en noviembre, porque en los EEUU es universal el rechazo al crecimiento del poderío chino, tanto económico como militar, porque lo perciben como una amenaza existencial, especialmente en el ámbito tecnológico. En China, las críticas internas al liderazgo por la gestión del coronavirus se han aliado con el nacionalismo de Xi y eso se ha traducido en la adopción de posturas más duras y agresivas en política exterior en relación con la India (disputas a garrotazos en la frontera del Himalaya), con Hong Kong (limitaciones a las libertades individuales que el Estatuto debía garantizar hasta 2047), Bhutan (incidentes fronterizos), Taiwán (recurrentes amenazas a su soberanía e independencia) y el mar del Sur de China, donde crece el riesgo de incidentes con buques de EEUU o de otros ribereños que reclaman su derecho a navegar por aguas internacionales, de acuerdo con lo que establece la Convención de Montego Bay sobre Derecho del Mar.

Y también en más represión dentro de sus fronteras, como bien saben los disidentes políticos, los tibetanos o los uigures de Xinjiang, confinados en campos de reeducación. El último movimiento de Beijing en el tablero mundial de ajedrez es el anuncio de un macro acuerdo con Irán, aprovechando la frustración de Teherán con la política norteamericana de sanciones que lo están asfixiando económicamente. Si se firma, será una bofetada a Washington, una tabla de salvación para Irán y un negocio redondo para China, que se garantizará petróleo a buen precio para los próximos 25 años y pondrá en pie esquemas de colaboración militar, tecnológica y de Inteligencia en una zona muy sensible para todo el mundo como es el estrecho de Ormuz. Es una magnífica jugada para un país que, a diferencia de la URSS, no pretende exportar de forma activa un modelo ideológico (aunque su capitalismo autoritario esté ganando adeptos), sino que pretende que le dejen seguir tranquilamente con sus programas de desarrollo económico, aunque eso suponga la ruptura de muchas reglas de juego generalmente aceptadas (regulatorias, acceso a mercados, piratería intelectual, etc.). No es así como se hacen amigos.

Estados Unidos pierde influencia a chorros y ojalá llegue Joe Biden en noviembre para detener la sangría. Lo mal que Trump ha gestionado la pandemia en casa y su falta de liderazgo internacional, su impredecibilidad y sus improperios (de los que tampoco se salvan amigos y aliados) hacen que de 'America First' hayamos pasado a 'America Alone', mientras desmonta pieza a pieza toda la estructura geopolítica heredada de la Segunda Guerra Mundial (la última pieza ha sido su abandono de la OMS).

Washington tiene ahora una relación tibia con Europa, pésima con China y mala con Rusia, y eso, todo a la vez, ni es bueno ni es inteligente. Y además está enfrentado con esas dos moscas cojoneras que son Irán y Corea del Norte, sin resultados tangibles en ninguno de los dos casos. En su favor, juega que la prepotencia de China está empujando a Nueva Delhi a sus brazos, e India es un peón muy importante en la estrategia de contención de China, también apoyada por Australia y por Japón. Los EEUU de Donald Trump son hoy un 'hegemon' antipático y solitario muy centrado en sus elecciones de noviembre y en sus problemas internos, como la pandemia y la ola de violencia racial como fruto de repetidos excesos policiales. Solo así se explica su silencio ante la actual crisis del Mediterráneo oriental, que enfrenta a países miembros de la OTAN.

Aun así, de aquí al 3 de noviembre debemos esperar que algunos conejos saldrán de la chistera presidencial en el ámbito de la política exterior, como ha sido la reciente normalización de relaciones entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, en lo que constituye un guiño al electorado judío y cristiano evangelista, que considera que la soberanía israelí sobre lo que llaman Judea y Samaria (en Cisjordania) es un legado de la Biblia. Las encuestas favorecen a Biden, pero la prudencia nunca está de más pues ya se sabe que hasta el rabo todo es toro.

Y queda Rusia, que cojea bajo el impacto de las sanciones internacionales mientras Putin se asegura seguir en el timón 14 años más tras una reforma constitucional votada en plena pandemia. La democracia pierde terreno (envenenamiento de Navalny), los nervios crecen con los sucesos de la vecina Bielorrusia y el malestar lo hace por problemas económicos que no palian ni el bajo precio del petróleo ni la actual recesión global. Enfrentada a los EEUU, con los acuerdos de desarme deshilachándose uno tras otro, la realidad lo empuja a los brazos de China y eso produce sarpullidos en el Kremlin, que trata de seguir una política de “nunca contra China, pero nunca enteramente con China”, porque teme quedar como lo que es, el socio menor de la relación, y eso es algo difícil de aceptar para el macho alfa que es Putin.

Y como a nosotros tampoco nos conviene esta aproximación, que nos convertiría de hecho en una pequeña península de una gran masa continental euroasiática dominada desde Beijing, deberíamos tender una mano cautelosa hacia Rusia sin por ello condonar sus acciones reprensibles (veremos qué hace ahora con Bielorrusia). No es una maniobra fácil, pero el interés compartido puede ayudarnos a llevarla a cabo.

Queda la esperanza de que Biden sea elegido en noviembre y Estados Unidos regrese a una política más tradicional... que nunca podrá ser la misma de antes del vendaval Trump. Me conformaría con que se fundara en valores, volviera al multilateralismo y fuera predecible, que no es poco.

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