Columna The Wall Street Journal, 09.10.2016 Mary Anastasia O'Grady
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El mundo necesita recordar las atrocidades cometidas por los terroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
Cerca del 83% del electorado se abstuvo o votó por el “No” en el plebiscito que les pidió a los colombianos aprobar un acuerdo negociado entre el gobierno y el grupo terrorista Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) para poner fin al conflicto armado. Esto no debió sorprender a nadie ya que los sondeos establecen consistentemente que una abrumadora mayoría de los colombianos se opone a una amnistía para los crímenes de guerra y a la entrega de escaños en el congreso sin necesidad de elección popular a las FARC, dos puntos centrales en el acuerdo.
La victoria del “No” fue un golpe devastador para el poco popular presidente Juan Manuel Santos, quien apostó su presidencia al acuerdo. Pero el asunto está lejos de ser resuelto. Las FARC no dejarán de lado la búsqueda del poder. Peor aún, los colombianos siguen bajo presión interna y externa para que acomoden a los impenitentes criminales de guerra que han prometido no pasar ni un día en la cárcel. Noruega, uno de los países garantes del pacto mediado por Cuba, está especialmente irritado con el resultado del plebiscito en Colombia. Por lo tanto, tomó la absurda decisión de dar la semana pasada el Premio Nobel de Paz a Santos. Perfecto.
Los aliados de Santos han pedido a la Corte Constitucional la repetición de la consulta popular, mientras el premio apunta a elevar la popularidad del presidente de modo que impulse su capital y así pueda ganar la aprobación al acuerdo. Si los dos esfuerzos son infructuosos, el mandatario puede verse tentado a adjudicar los problemas de Colombia al voto del “No”. En junio pareció sugerir eso cuando lanzó una amenaza de guerra urbana al estilo FARC si el acuerdo no era aprobado. También hay expectativa de que exigirá pronto un alza de los impuestos para evitar una rebaja de calificación de la deuda soberana con grado de inversión.
De hecho, Santos le ha hecho un gran daño a Colombia al darles a las FARC una plataforma publicitaria y ayudarles a reformar su imagen. Por cuatro años el mundo ha sido martillado con imágenes de los líderes de las FARC en el trópico luciendo guayaberas, fumando puros, cenando con funcionarios del gobierno colombiano y ofreciendo conferencias de prensa. Hubo incluso una reunión entre las FARC y el secretario de Estado de Estados Unidos, John Kerry, y una tarde de paseo en un catamarán. Este circo sin parar creó fuera del país la ilusión de que estos matones de mundo bajo son actores políticos legítimos y que sólo los irracionales se rehusarían a darles todas las concesiones que pidieron en nombre de la paz.
La restauración de la realidad es central para rescatar a Colombia. Eso significa llamar a las FARC por lo que son.
Su líder es Rodrigo Londoño, alias Timochenko, un discípulo de 57años de Fidel Castro.Desde los 17 años ha estado comprometido con una combinación de terrorismo y narcotráfico. El plan inspirado en la ideología de las FARC ha sido masacrar, secuestrar y extorsionar civiles con la meta de convertir al país en una réplica de la Cuba comunista. También ha registrado grandes ganancias. En 2015, Timochenko fue condenado por un juzgado en Bucaramanga por el reclutamiento de más de 100 menores de edad como soldados de las FARC, algunos de los cuales fueron explotados sexualmente. EE.UU. ofrece una recompensa de US$5 millones por su captura.
Estos son ejemplos de las acciones de las FARC: en noviembre de 1990, emboscaron y dieron de baja a seis niños del poblado de Algeciras, en el departamento del Huila. Los menores formaban parte de una organización juvenil que ayudaba a la policía a supervisar una carrera de ciclismo. En abril de 2002 secuestraron a 12 diputados de la asamblea departamental del Valle del Cauca y cinco años después ejecutaron a 11 de ellos.
En mayo de 2002 masacraron a 119 personas que se habían refugiado en una iglesia de Bojayá, en el departamento del Chocó, durante una batalla entre el grupo guerrillero y fuerzas paramilitares. Muchos de los asesinados fueron niños. También en 2002, en el departamento del Meta, asesinaron a un joven de 14 años y usaron su cadáver como una trampa explosiva.
En febrero de 2003, las FARC detonaron un carro bomba en el Club el Nogal de Bogotá. Treinta y seis personas murieron y otras 200 resultaron heridas.
En agosto de 2009, BBC Mundo reportó que a comienzos de ese año las FARC habían descuartizado a punta de cuchillo a 11 personas en una comunidad indígena del departamento de Nariño. Un líder local le dijo a la BBC que antes de que dos mujeres embarazadas fueran asesinadas, sus fetos fueron arrancados de sus vientres y “se los botaron a los perros”.
Más de 11.000 colombianos —la mayoría campesinos pobres— han sido asesinados o heridos por las minas antipersonales de las FARC. La violencia del grupo guerrillero ha desplazado a millones y los subversivos han usado a miles como niños soldados.
Sin embargo, el muy bien alimentado terrorista Timochenko fue asediado por la prensa la semana pasada en La Habana cuando salió a opinar sobre la legalidad del acuerdo. El presentador de televisión peruano Jaime Bayly captó inmediatamente lo absurdo de la situación: “O sea que ahora Timochenko no sólo ya no es terrorista, no sólo era casi congresista, gracias a Santos, sino que ahora es jurista”.
Las atrocidades de las FARC rivalizan el barbarismo de los terroristas islámicos, con quien EE.UU. no contempla negociar. Santos trató a las FARC como el equivalente moral de la democracia. Los colombianos no están de acuerdo. El rechazo del pacto no fue impulsado por una falta de voluntad para perdonar el pasado sino por un deseo de salvaguardar el futuro.