Una Cuba mejor es posible

Columna
Diario de Cuba, 18.10.2020
Juan Antonio Blanco Gil, historiador, filósofo y ex diplomático cubano
'Hace seis décadas pidieron sacrificios para alcanzar un futuro luminoso. El futuro llegó hace mucho tiempo. Ya lo conocimos y no funciona.'

No es posible esperar. Más de 60 años de un sistema fracasado con una cúpula de dirigentes y sus familias que no comparte las penurias del pueblo y le exige más sacrificios. Tres generaciones perdidas.

Hace seis décadas pidieron sacrificios para alcanzar un futuro luminoso. El futuro llegó hace mucho tiempo. Ya lo conocimos y no funciona. Más del 55% de los hogares viven por debajo del umbral de la pobreza. ¡Ese es el legado de este sistema que ahora empuja al pueblo a la hambruna!

 

¿Quiénes forman hoy el pueblo?

Los millones de niños y jóvenes sin porvenir, que hoy viven sin alimentación adecuada en hogares hacinados, estudian en escuelas destartaladas y se gradúan para luego no encontrar empleos con salarios que remuneren sus conocimientos y esfuerzos.

Los más de cuatro millones de asalariados estatales que cumplen faenas improductivas, sufren un inexistente sistema público de transporte, les pagan en moneda nacional y les venden lo necesario en dólares por lo que dependen de remesas familiares para sobrevivir.

Los cientos de miles de campesinos a los que no le han entregado el título de propiedad de la tierra, tienen la obligación de vender el 80% a Acopio a los precios que esa institución fija de forma arbitraria y cuyos pagos demoran meses en cancelar, carecen de aperos, ropa adecuada y semillas, les prohíben importar o exportar libremente, y son acosados de forma permanente por la policía que los castiga con multas exorbitantes y confisca  sus producciones.

Los cientos de miles de trabajadores "por cuenta propia" a los que, al igual que a los campesinos, se les niega el registro de propiedad de sus negocios, le niegan acceso a mercados mayoristas, les prohíben importar o exportar de forma directa, les imponen altos impuestos, están sometidos al abuso continuo de inspectores y policías corruptos que los hostigan con multas y confiscan sus pertenencias, en ocasiones incluso sus hogares.

El más de un millón de ciudadanos que desde hace décadas espera en albergues colectivos por una vivienda digna o recursos para reparar la suya a fin de escapar a un derrumbe que aplaste a toda su familia. Casi el 70% de la población carece de servicio de agua estable.

Los miles de transportistas privados a los que el Estado acosa con multas, altos impuestos, confiscación de vehículos y prohibiciones de rutas para recoger pasajeros.

Los millones de personas que ya viven por debajo de los límites internacionales que definen la pobreza —el salario medio en Cuba es de poco más de 30 dólares mensuales—, y en especial los miles de pensionados que forman parte de esa legión depauperada de la población cubana. La unificación  monetaria no hará crecer la economía pero crecerá la pobreza cuando con ella se disparen los precios.

Los cientos de miles de profesionales (profesores, médicos, ingenieros, arquitectos, abogados, entre muchos otros), mal pagados a los que impiden el ejercicio privado de su profesión, así como a los intelectuales y artistas a los que censuran sus escritos y obras artísticas, persiguen sus ideas y bloquean sus proyectos laborales.

Los millones de personas que no encuentran sus medicinas en las farmacias y sufren el grave deterioro de los servicios de salud pública pese a que la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI) reconoció que en 2018 ingresaron 6.400 millones de dólares que fueron arrebatados arbitrariamente a los salarios de los médicos cubanos en el exterior. ¿Dónde está ese dinero?

Los casi dos millones de cubanos que se vieron obligados a irse de su patria y hoy son tratados como ciudadanos de segunda clase, pese a que son ellos los que sostienen la economía familiar en la Isla. Los miles de desterrados, que tienen prohibida su entrada a la tierra en que nacieron.

Los más de 11 millones de cubanos a quienes niegan una conexión de calidad y barata a internet que le permitiría, entre otras cosas, acceder a estudios profesionales gratuitos y contratos laborales a distancia.

Todos ellos son hoy el pueblo cubano. Son quienes sufren. Los que sufrirán de inmediato la llamada política de "unificación monetaria" para satisfacer a los inversionistas extranjeros sin poner en marcha las grandes reformas económicas y sociales que necesitan los cubanos de a pie.

 

Del arte de la espera al arte de la acción

Para abrir cauce a la libre búsqueda de la prosperidad y la felicidad hay que deshacerse del sistema que por 60 años lo ha bloqueado. Pretender obtener resultados diferentes haciendo la misma cosa es un síntoma de demencia. Eso supone liberar la economía desatando la creatividad e iniciativa personal hoy encadenadas por leyes, impuestos desorbitantes  y represiones absurdas. A su vez, ello requiere —de forma indispensable— establecer la libertad de pensar, decir y organizarse de manera independiente. Una Cuba mejor es posible.

Los que hoy usan el miedo y la represión para sostener este sistema que los beneficia son una ínfima minoría. Su posición privilegiada se basa en el mito de que son invencibles porque tienen el monopolio de la fuerza. Pero la fuerza no es garantía de obtener obediencia.

El reino del miedo de ese grupúsculo mafioso se desmorona desde el momento mismo que la gente —incluyendo sus policías y soldados, cuyos familiares también sufren las penurias mencionadas— desobedezcan sus órdenes. Las ignore. Todos, incluso ellos, tienen derecho a decir NO.

No a los actos de repudio. No vigilar e informar sobre los vecinos. No asistir a reuniones y actos oficiales. No a pertenecer a las organizaciones políticas y de masas. No a los abusos policiales. No al pago de impuestos injustos y excesivos.

Someterse y seguir esperando soluciones que vengan "de arriba" equivale al suicidio personal y nacional. ¿Esperar que cosa? ¿La hambruna, el próximo derrumbe, la próxima multa y confiscación?

Es la hora del pueblo. La elite antinacional y mafiosa, que no comparte el sufrimiento de los ciudadanos e insiste en su parasitismo, sobra. Como dijo su difunto caudillo: ¡Que se vayan! ¡No los queremos! ¡No los necesitamos!

No hay comentarios

Agregar comentario