Venezuela: Con “la cabuya en la pata”

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El Grupo Avila, 27.09.2021
Eduardo Casanova, ex diplomático venezolano

Haber trabajado mucho tiempo en la Cancillería venezolana es una fuente casi inagotable de anécdotas e historias atractivas, salpicada de personajes interesantes.

Hoy voy a referirme en algo que ocurrió a comienzos de febrero de 1989 y que atañe en buena parte a mi amigo David López Henríquez, uno de los diplomáticos más competentes que ha tenido Venezuela. David se inició en la carrera en Dinamarca, como tercer secretario, cuando yo era primer secretario y el poeta Vicente Gerbasi era embajador.

Desde el comienzo de su gestión dio pruebas de su inteligencia y su capacidad, y además estaba casado con Alicia Armand, una joven bonita y encantadora, muy inteligente y vivaz, lo que lo ayudaba mucho en su desempeño. Con el tiempo ascendió de acuerdo a sus méritos y llegó a ocupar cargos de mucha importancia y responsabilidad en el Ministerio de Relaciones Exteriores.

En febrero del 89 estuvo a cargo de la coordinación de la toma de posesión de Carlos Andrés Pérez en su segundo quinquenio, esos actos que con mala intención han sido llamados “la Coronación” de CAP y mucha gente ha calificado de innecesaria ostentación, en buena parte porque tuvieron lugar en el Teresa Carreño y no, como había sido siempre, en el Palacio Federal o sede del Congreso, que ya tenía más de 111 años cuando los actos a los que me refiero tuvieron lugar. El Cuerpo de Bomberos de Caracas hizo saber que no aprobaba ni mucho menos recomendaba que el viejo edificio se utilizara para las ceremonias en cuestión, pues el balcón en donde debían estar los invitados podía derrumbarse, causando una grave tragedia que dejaría muy mal al gobierno democrático de nuestro país. Alguien del régimen de Jaime Lusinchi propuso que se usara el Teatro Teresa Carreño y la propuesta fue aceptada tanto por Germán Nava Carrillo, último Canciller de Lusinchi (en funciones en ese momento) como por Enrique Tejera París, que asumiría el cargo el 2 de febrero y por Reinaldo Figueredo, hombre de confianza de CAP, designado Ministro de la Secretaría de la Presidencia, y así se decidió. El Teresa Carreño, diseñado por los arquitectos Tomás Lugo, Jesús Sandoval y Dietrich Kunckel e inaugurado en dos etapas entre 1976 y 1983, tenía un aforo más que suficiente e instalaciones más que apropiadas para lo que se proponía.

Con eficiencia y profesionalidad el Embajador López Henríquez asumió la tarea de coordinar la toma de posesión en todos sus aspectos. Yo me había separado de la Cancillería y luego de estar al frente del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (Celarg) y lograr su conversión en Fundación Celarg me separé de la administración pública y, con Natalia mi esposa, dirigía un restaurant en la Colonia Tovar que funcionaba bastante bien, y fui llamado para actuar como agregado civil de alguna de las delegaciones extranjeras que asistirían a la toma de posesión.

No era la primera vez que asumía ese rol: mi ingreso a la Cancillería, en 1974, fue como agregado civil de la delegación argentina a la toma de posesión del Presidente Leoni, tras lo cual fui designado Segundo Secretario en la embajada de Venezuela en la República Argentina. Y en mis tiempos de funcionario del Servicio Interno fui agregado civil del Primer Ministro de Jamaica, Michael Manley y del ex-presidente argentino Juan Carlos Onganía.

Como quiera que una de las decisiones de David fue procurar que la mayoría de los agregados civiles fueran embajadores, fui requerido para acompañar a uno de los invitados especiales, el ex-presidente Rodrigo Carazo, de Costa Rica, de modo que me instalé en Caracas desde el martes 31 de enero (de 1989) para coordinar lo relativo al automóvil, el chofer, etcétera, lo que no fue nada complicado, el ex-presidente Carazo no tenía que viajar expresamente a Caracas para la toma de posesión, tenía en Venezuela negocios relacionados con el Banco Obrero y disponía de su propio apartamento. El 2 de febrero lo acompañé al teatro y me senté en la primera fila del espacio destinado a los agregados civiles. Ya empezados los actos, de repente se abrió una de las puertas de acceso a la sala, entró como una tromba Fidel Castro y fue directamente a nuestro espacio, se paró frente a mí, leyó la tarjeta de identificación que estaba en mi solapa, me dijo: “¿Venezolano?”, me estrechó la mano y siguió su camino acompañado por mi buen amigo de infancia Ignacito Arcaya, que era su agregado civil y lo llevó al puesto que tenía asignado protocolarmente, al lado del Presidente Joaquín Balaguer, de República Dominicana. No me quedó más remedio que sonreír por dos razones: yo no tenía el más mínimo interés en darle la mano a Fidel, pero fui el único en hacerlo en aquel instante, y el presidente más lejano a Fidel era Balaguer, y fue justamente el que quedó junto a él en virtud de las estrictas leyes del protocolo diplomático.

Terminados los actos protocolares, todos los asistentes nos ubicamos en las áreas comunes del teatro, en donde Fidel se convirtió en la “vedette” fotografiándose con todas las damas de alto copete que estaban en el sitio y se disputaban aquel dudoso honor. Fidel había llegado en la madrugada de ese jueves y se instaló en un piso completo del Hotel Eurobuilding, en Chuao, acompañado por una multitud de militares y funcionarios cubanos, muchos de ellos simples espías, y llegó tarde a los actos del Teresa Carreño por desordenado. Caracas estaba conmocionada por su presencia, y a mí me molestó especialmente la actitud de Natalia, mi esposa, que no obstante ser muy inteligente se empeñó en viajar a Caracas para ver al personaje, a pesar de que yo traté de convencerla de que era una ridiculez. Lo hizo, y saliendo de la Colonia Tovar fue víctima de la famosa “mancha negra” de la carretera, chocó contra el talud y se estrelló contra una camionetica en donde viajaban dos agricultores colombianos. Resultado: fracturas de rodilla y de acetábulo de una pierna y múltiples heridas en el rostro. Por fortuna conservó la calma y logró contactar a Carlos Alberto nuestro hijo para darle instrucciones, y al llegar en ambulancia al Centro Médico la estaba esperando el joven cirujano plástico Jesús Díaz Portocarrero, que la conocía de sus tiempos en el Colegio Santiago de León de Caracas y la operó con gran eficiencia y resultados excelentes. Y también la trató el traumatólogo Rubén Jaén hijo, que hizo un muy buen trabajo. Pero no teníamos seguro y aquello nos dejó en la ruina, al extremo de que tuve que apelar a mi amistad con Reinado Figueredo para volver a la Cancillería. Y también David López Henríquez se vio obligado a apelar a Reinaldo, Ministro de la Secretaría, pero por una razón insólita: Fidel Castro y su enorme delegación se fueron con la “cabuya en la pata” (“pero muerto”).

Entre gallos y medianoche se escaparon del Eurobuilding sin pagar la cuenta. Como es usual en esos casos, el país anfitrión cubre los gastos del jefe de la delegación y otras dos o tres personas, salvo las bebidas alcohólicas, pero la delegación tiene que pagar el resto de la cuenta, y muy deliberadamente Castro ignoró esa obligación, de modo que el ex-Canciller Isidro Morales Paúl, que era Presidente de la empresa dueña del Eurobuilding se vio obligado a llamar a David para reclamar el pago de la suma en cuestión, bastante alta porque no era solamente el alojamiento sino comidas y bebidas alcohólicas que denotaban una avidez insospechada.

Para colmo, el principal accionista de la empresa Eurobuilding era nada menos que la Casa Real de España, con lo que la deuda podía convertirse en un incidente internacional para el nuevo gobierno. Reinaldo actuó con decisión y diligencia y el dinero para pagar la deuda salió de la Partida Secreta de Miraflores. No fue el único acto de deslealtad de Fidel hacia Carlos Andrés: poco después el régimen cubano asesoró y entrenó a los organizadores del Caracazo, que en cierta manera fue el inicio de la caída de CAP. Así paga el diablo a quien lo ayuda a comer.

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