Xi, ¿un nuevo Mao en China?

Columna
El Líbero, 04.11.2022
Juan Salazar Sparks, embajador (r), editor (OG) e investigador (CEPERI)
La concentración de los cargos superiores, su permanencia aparentemente indefinida en el poder y la forma humillante como Xi se deshizo de Hu en público en el último cónclave del partido han transformado al gobernante chino en un verdadero autócrata.

Si en la entrega pasada analizábamos al líder ruso Vladimir Putin, como un ejemplo de gobernante autócrata en la actualidad, ahora nos proponemos hacer lo propio con el hombre fuerte de China, Xi Jinping. Nos interesa definir cuáles son las semejanzas y las diferencias entre ellos y cómo sus roles pueden afectar a la democracia en el mundo.

El político comunista e ingeniero químico chino, casado en 1987 con la popular folklorista Peng Liyuan e hijo de un dirigente reformista, Xi Zhongxun, quien fuese viceprimer ministro de China y un temprano camarada de armas de Mao Zedong, luego purgado por la Revolución Cultural, tuvo una carrera meteórica en el PC chino desde 1974, gracias a la prudencia y seguir siempre la línea del partido. No sólo sucedió a Hu Jintao como secretario general del partido (2012), presidente de la Comisión Militar Central y presidente de la RPCH (2013), sino que consiguió asegurar un tercer mandato en el reciente XX Congreso del partido (2022), rompiendo la norma que establecía un máximo de dos mandatos consecutivos.

La concentración de los cargos superiores, su permanencia aparentemente indefinida en el poder y la forma humillante como Xi se deshizo de Hu en público en el último cónclave del partido han transformado al gobernante chino en un verdadero autócrata. En lugar de asimilar la mala experiencia vivida por su padre frente a Mao y seguir la tendencia renovadora y pragmática de Deng Xiaoping y sus sucesores (“socialismo con características chinas” y “economía de mercado socialista”), parece haberse decidido por ser un leninista ortodoxo y ejercer el poder a la Mao. Eso significa un poder absoluto (culto a la personalidad), pero uno que es inherentemente inestable. Ello, porque a partir de ahora no sólo deberá eliminar cualquier atisbo de oposición o de sucesión política, sino que la dictadura del partido implicará políticas destructivas para la economía y el bienestar de los chinos. Al cambio de orientación económica, se sumarán objetivos geopolíticos muchos más agresivos, como la expansión de su soberanía en el Mar de China, la reconversión de las islas en fortalezas, la amenaza de tomar Taiwán por la fuerza, la penetración en el Pacífico, y una hegemonía mundial a través del poderío económico.

Comentario aparte merece la situación actual de Taiwán, reclamado por la RPCH conforme al principio de la integridad territorial. La gran mayoría de los estados que tienen relaciones diplomáticas con Pekín han reconocido que la isla es parte de China. Sin embargo, también han condicionado dicho reconocimiento al cumplimiento de otros dos principios básicos: uno, que la integración de Taiwán a China debe ser por métodos pacíficos; y segundo, que el régimen de Pekín debe cumplir con la fórmula de “un estado, dos sistemas”, a fin de garantizar la democracia en Taiwán. Actualmente, existe temor de que una eventual victoria rusa en Ucrania sea utilizada como precedente para la ocupación militar china de la isla y acarrear, con ello, la desaparición de la democracia taiwanesa. El presidente Biden reiteró últimamente que defenderá a Taiwán si es atacada.

Muchos analistas opinan, en definitiva, que la seguridad pasará a ser ahora en China más importante que el crecimiento económico o la calidad de la gestión administrativa y, en esta nueva etapa, el régimen de Xi estará marcado por un mayor peso de la ideología en desmedro del tradicional pragmatismo chino. Así lo están demostrando el fin de la fórmula “un estado, dos sistemas” en Hong Kong, la violación de los derechos humanos en la Región Autónoma Uigur de Sinkiang, la represión de los disidentes internos y el control de la diáspora china en el mundo.

Y, por último, qué nos muestra la comparación entre Putin y Xi Jinping. De entrada, ambos son dictadores, pero el primero busca reconstruir un imperio, imponiéndose a sus vecinos por la fuerza y, el segundo, pretende restablecer una gran civilización de 5.000 años con una poderosa influencia económica sobre el mundo. Ambos son antidemocráticos y se oponen a Occidente, ya sea por valores e intereses geopolíticos (Putin) o por valores políticos e intereses económicos (Xi Jinping). El ruso es un líder eminentemente nacionalista, en tanto que el chino plantea la supremacía de la ideología comunista. El gobernante del Kremlin constituye una amenaza real para la región de Europa; en cambio, el gobernante de Pekín representa por ahora un peligro potencial para el orden internacional del futuro.

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