Entrevistas (Enrique Bernstein Carabantes, presidente de la delegación chilena en la mediación papal) OpinionGlobal, 30.01.2025 Lillian Calm, periodista
“Quien lo conoció bien (al cardenal Antonio Samoré) fue el embajador Enrique Bernstein, a quien entrevisté muchísimas veces. Incluso en Roma donde presidió entre 1979 y 1982 la delegación de Chile ante la Santa Sede que defendía, en la mediación papal, la posición de Chile. La última vez, ya en Santiago, hablamos de un cuanto hay e hizo unos breves, aunque contundentes recuerdos del cardenal, fallecido solo meses antes y quien alcanzaría a decir: Veo una lucecita de esperanza al final del túnel”.
El próximo 3 de febrero se cumple un nuevo aniversario de la muerte del cardenal Antonio Samoré, representante de Juan Pablo II en la mediación entre Chile y Argentina por el conflicto del Canal de Beagle, y quien dedicó los últimos años de su vida a evitar una guerra entre ambos países. Un infarto al miocardio terminó con su vida y le impidió estar en la firma del Tratado de Paz.
Quien lo conoció bien fue el embajador Enrique Bernstein, a quien entrevisté muchísimas veces. Incluso en Roma donde presidió entre 1979 y 1982 la delegación de Chile ante la Santa Sede que defendía, en la mediación papal, la posición de Chile.
La última vez me recibió en Santiago. Me invitó a tomar té con su señora, Marta Letelier, en su departamento de calle Lyon. Hablamos de un cuanto hay e hizo unos breves, aunque contundentes recuerdos del cardenal, fallecido solo meses antes y quien alcanzaría a decir: Veo una lucecita de esperanza al final del túnel.
Quise saber cuál fue, en realidad, su participación en las conversaciones. Rescato las palabras de Enrique Bernstein y otras facetas de esa entrevista:
¿Cuántas reuniones tuvo usted en Roma con el cardenal Samoré?
-Alrededor de trescientas cuarenta. Pero habría que agregar todas aquellas con los argentinos. En total sobrepasamos las quinientas.
¿Echa mucho de menos al cardenal?
-Muchísimo. Todo el tiempo. Hace falta. Sus asesores son excelentes pero el cardenal era quien había seguido todo esto desde el inicio.
Y entonces hablamos de otros temas.
Le pregunté a Enrique Bernstein si se podía ser leal a un gobierno si se era partidario de una concepción política diferente. Era 1983 y estábamos en pleno Gobierno militar. El embajador, que había ingresado medio siglo antes al Servicio Exterior por el último grado del escalafón y previo concurso (eso fue en enero de 1933), me respondió.
-"La lealtad es una condición esencial en el diplomático. Si se está en total desacuerdo no sirve a ese Gobierno".
¿Por qué entonces se comenta que en la Cancillería hay tantos funcionarios que atornillan al revés?
-Estos que hablan de atornillar al revés son siempre los que quieren entrar a la Cancillería por la ventana. Ya lo he oído en varios gobiernos. Lo he oído en este y lo oí muchísimo durante la Unidad Popular. Creo que entonces fue la primera vez que escuché el término atornillar al revés. Recuerdo haberle dicho a un alto funcionario de la UP: Nosotros atornillamos siempre a favor de Chile. Los que atornillan al revés son los que están en contra de los intereses de Chile.
Y nos fuimos a los inicios. Me explicó que, al ingresar a la Cancillería, Arturo Alessandri Palma acababa de asumir su segunda Presidencia. Lo sucederían otros mandatarios y asumirían con ellos muchos ministros de Relaciones Exteriores.
-La cuenta no la tengo muy al día. Creo que voy en 32 o 33 ministros: con unos me ha correspondido servir más directamente, con otros, estando yo fuera.
Si bien ya había regresado de Roma, día a día se dirigía a su oficina de la Cancillería y se entregaba esencialmente al tema de la Mediación. La diplomacia no solo era su oficio, sino su pasión. Su manejo era indiscutible y él seguía entregando toda esa experiencia de años que el país y las relaciones exteriores le requerían.
¿Cómo se entiende que un diplomático pueda servir a gobiernos tan disímiles? Hay quienes ven esa circunstancia como una posición acomodaticia…
-En el servicio diplomático, en los grandes países, no influye la política interna. Talleyrand estuvo en la Convención después de la Revolución Francesa: en el Directorio; en el Consulado, con Napoleón; y, por último, terminó sirviendo a los Borbones y a Luis Felipe. Los ingleses tienen un Servicio Exterior en que la política no los afecta, ya sean laboristas o conservadores. Lo mismo sucede en España y, en casi todos los países europeos, donde la diplomacia existió primero. Brasil ha conservado ese privilegio.
Y agregó:
-Siempre hay en los países una política exterior, yo diría, permanente. Cambian los hombres de Gobierno, pero hay constantes que no han variado. En los cincuenta años que llevo en diplomacia, las constantes se han mantenido siempre.
Usted comenzó su misión en el exterior teniendo a un embajador no de carrera: al expresidente Gabriel González Videla. ¿Qué aprendió de él?
-Muchísimo. Yo me creía muy sabio cuando me nombraron secretario en Brasil porque había estado siete años trabajando en el Ministerio con muy buenos jefes. Tuve como subsecretario a Germán Vergara Donoso, a quien considero como el don Andrés Bello de este siglo y el padre de toda nuestra generación de diplomáticos; y a don Miguel Cruchaga Torcornal, que fue una figura extraordinaria en Chile, en América, en el mundo. Incluso me correspondió poner al día un libro que estaba muy anticuado: Instrucciones al Cuerpo Diplomático Chileno. Era como el vademécum. Y don Gabriel González obraba con un criterio que no se conformaba ni siquiera con muchos de los conceptos que yo había aprendido. Pero era un hombre tan inteligente, hábil y perspicaz, que yo veía que cuando se salía de este marco diplomático siempre le iba bien.
Pero en ocasiones usted también se ha salido del marco diplomático…
-Aprendí a salirme con él. Y me gusta salirme.
¿Es efectivo que siendo usted democratacristiano de partido y freísta fue confirmado como embajador sin más por el entonces recién elegido presidente Jorge Alessandri?
-Yo presenté la renuncia como embajador en Austria y Yugoslavia cuando asumió don Jorge Alessandri. Me fue rechazada. Entonces yo le escribí a don Jorge agradeciéndole el gesto, pero previniéndole que, si bien yo no había trabajado por Frei, él había sido mi candidato. Una vez en Chile don Jorge se refirió a esta carta diciéndome: Ojalá muchos de los que dicen que fueron mis partidarios tuvieran la franqueza con que usted me escribió señalándome esto.
Pasando a otro tema muy distinto, Pablo Neruda en su obra lo trata muy mal a usted.
-Sí, aunque para mí es un honor haber quedado en el Canto General. Estamos citados con Hernán Santa Cruz, Enrique Gajardo y Manuel Trucco. Durante la presidencia de González Videla, cada uno de nosotros tenía altos cargos en la diplomacia. El odio de Neruda a Gabriel González nos cayó a nosotros, pero lo tomé con mucha tranquilidad. Más me molestó un discurso que Neruda pronunció en el Senado, en el que aludió a mí directamente a raíz de la ruptura de relaciones con la Unión Soviética. Luego tuve la satisfacción (sin que entonces yo tuviera idea) de que don Miguel Cruchaga, que era presidente del Senado, bajó de la presidencia a su banco para hacer una defensa mía. Después me encontré con Neruda y ninguno de los dos aludimos a sus palabras. Recordemos que él tiene otros versos -pero esos no se referían a mí- que dicen: Si usted nace tonto en Chile pronto lo harán embajador….
Enrique Bernstein concluyó con diplomacia:
-Y él terminó siendo embajador.