Fidel Castro, nonagenario

Editorial
La Vanguardia, 13.08.2016

Según los exégetas del régimen cubano, Fidel Castro ha sobrevivido a más de 600 complots para asesinarle, supuestamente tramados por la CIA. “Si ese tipo de supervivencia fuera deporte olímpico, yo sería medalla de oro”, dijo Castro. Esquivando esos y otros peligros, el comandante, que fue líder carismático del socialismo tropical, que puso al mundo al borde de la catástrofe nuclear cuando se produjo la crisis de los misiles, y que contribuyó a la ­expansión del comunismo en el planeta, llega hoy a los 90 años. Es una edad avanzada (y más para un revolucionario de azarosa vida), que invita a la reflexión.

La trayectoria política de Fidel Castro encadena diversas fases, que se enmarcaron en distintas coyunturas históricas y merecen comentarios dispares. La primera fase, en la segunda mitad de los años cincuenta, presenta una aureola romántica: fueron los años de los primeros enfrentamientos al régimen de Fulgencio Batista, del asalto al cuartel de Moncada, de la prisión, el exilio, el regreso a Cuba a bordo del Granma, la lucha en la sierra y, por último, la triunfal entrada en La Habana de 1959.

El régimen castrista se estrenó con prometedoras reformas, como la sanidad y la educación gratuitas, o las efectivas campañas de alfabetización. Pero, en paralelo, fue estrechando los lazos con la Unión Soviética, tanto los ideológicos como los económicos, sin olvidar los militares, que fueron los que propiciaron la instalación de misiles rusos en la isla y una crisis, ya mencionada, que durante unos días puso al mundo al borde de la conflagración nuclear. Nunca la guerra fría alcanzó una temperatura tan peligrosamente alta.

Aquellas relaciones entre Cuba y la URSS fueron las que propulsaron también la conversión del país antillano en un embajador armado del comunismo en países como Angola, Etiopía o Yemen. Fue así como Castro se convirtió en un referente revolucionario internacional, con gran predicamento en varios continentes, especialmente en el sudamericano. Esa función la prolongó Fidel durante decenios, hasta que, en cierta medida, el venezolano Hugo Chávez le relevó.

Aquellos años de socialismo presentado como liberador, que contaron con el apoyo de una parte de la intelectualidad occidental, dejaron paso, poco a poco, a otros en los que fueron prevaleciendo otros rasgos en el perfil de Fidel Castro. Por ejemplo, los de un mandatario que, escudándose en el bloqueo de EE.UU., reprimía cualquier contestación política interior, perseguía las libertades individuales más elementales y, en un mundo progresivamente abierto y globalizado, pretendía mantener como ejemplo de progresismo un sistema que ya sólo destacaba por su estructura dictatorial.

El colapso de la Unión Soviética marcó el inicio del final del castrismo, inevitable aunque todavía no consumado. Fidel no quiso aceptarlo entonces. Pero desde que, por motivos de salud, y hace casi diez años, cedió el poder a su hermano Raúl, este ha introducido sucesivas reformas en el sistema. “El modelo cubano ya no funciona ni para nosotros”, admitió el propio Fidel. Pervive en Cuba el partido único y el rechazo del capitalismo. Ahora bien, los cubanos ya pueden montar negocios, comprar y vender casas o coches, salir del país, usar parcialmente internet o beneficiarse de las restablecidas relaciones diplomáticas con Estados Unidos. Fidel puede seguir presentándose como guardián de una ortodoxia. Pero su régimen, que al inicio vehiculó esperanzas, es visto hoy como un anacronismo total.

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