La Guerra Tibia

Columna
El Líbero, 21.06.2023
Orlando Saenz, empresario y columnista

Las circunstancias de mi azarosa vida me hicieron vivir con gran intensidad los tres últimos años de la existencia de la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y ello me impuso la tarea de dilucidar con cuidado y profundidad las causas de ese colapso. A diferencia del de la mayoría de los imperios que ha conocido la historia, el de la URSS no se produjo por una agresión externa, como ocurrió, por ejemplo, con el del Imperio Asirio, el Imperio Persa, el Imperio Romano, el Imperio Napoleónico, etc. El de la URSS se inscribió en la más menguada lista de los colapsos por implosión, o sea por un proceso de descomposición interna llevado a su extremo, tal como había ocurrido, por ejemplo, con el Imperio Mongol o el Imperio Español en América.

Cuando se examina la implosión de la URSS, se pueden distinguir causas detonantes de carácter inmediato (la Perestroika impuesta por Gorbachov, las rebeliones en países satélites, la ruinosa guerra de Afganistán, etc.), pero ese es una explicación superficial del colapso y hay que buscar todavía causas más prolongadas y trascendentales.  Y esa búsqueda conduce a la conclusión de que lo que condenó a la URSS a muerte fue la insensata resolución de iniciar una carrera armamentista con Estados Unidos en circunstancias de que la economía soviética era muy inferior en potencia a la de su adversario. Para mantener el “pari pasus” con Washington, los todopoderosos gobernantes soviéticos, comenzando por el propio Stalin, sometieron al imperio a tales esfuerzos y sacrificios que finalmente cayó exhausto. Recuerdo que, cuando en 1988 visité Moscú por primera vez, me impresionó el enorme contraste que había entre un país evidentemente poseedor de altas tecnologías, como para competir en la exploración del espacio con Estados Unidos, y la vida de la ciudadanía que se parecía a la nuestra de los años 30.

El derrumbe de la Unión Soviética repercutió en el mundo entero porque puso fin a una Guerra Fría de muchísimos años y provocó cambios geopolíticos y sociales en prácticamente todos los países. Especialmente notable fueron los cambios ideológicos producidos en los regímenes de extrema izquierda. Muchos de ellos, especialmente en los situados en el llamado mundo libre, sólo aprendieron a sobrevivir “sin Moscú”, pero los del oriente, y especialmente China, atendieron a la realidad de que ese colapso había sido causado fundamentalmente por una derrota económica. De allí que, abandonando parte de su dogmática, se dieran a la tarea de desarrollar un sistema económico capitalista y libre empresario protegido y promovido por un Estado políticamente totalitario. En otras palabras, comprendieron que no se podía contender con el imperialismo norteamericano desde una base económica débil que le cedía, desde el principio, el monopolio de la tremenda capacidad creativa y valorizante de la iniciativa libre y privada.

En cambio, los gobiernos de extrema izquierda, como los de América Latina, (por ejemplo, Cuba, Venezuela y el propio Chile), fueron ajenos a esa conclusión y se mantienen en sus añejas políticas económicas centralizadas y estatistas a pesar de que sólo registran fracasos en todas las partes del mundo en que se han intentado.

Es por todo lo señalado que estamos iniciando lo que me atrevería a llamar una “Guerra Tibia” con polos en Estados Unidos y en China. El nombre de Tibia se justifica porque será mucho más peligrosa que la Fría anterior porque, en un mundo en que la guerra de agresión a la antigua ya no es posible porque las armas de hoy son tan poderosas que un conflicto de esa naturaleza significaría la destrucción de todos los contendientes, incluso de la humanidad entera, se tratará de un conflicto en el plano económico que traerá miseria para todos los países del mundo.

China enfrenta esta Guerra Tibia con el control de dos armas de enorme poder: una población que cuadruplica la de Estados Unidos y una producción industrial tan enorme y vital para el futuro de la economía mundial que ya es muchísimo más poderosa que la de su oponente. Al respecto, conviene repasar ciertas cifras que son elocuentes. El año 2021, China produjo doce veces el tonelaje de acero que generó Estados Unidos (1.000 millones de toneladas frente a 86 millones de toneladas).  En ese año China produjo el 50% de la producción mundial de carbón, controló el 70% de la producción mundial de tierras raras y el 90% de sus sistemas de procesamiento. China es hoy por lejos el mayor productor de automóviles del mundo, con un tercio de la población mundial (de 27 millones de unidades). En 2022 China produjo 40 millones de toneladas de aluminio, cuando Estados Unidos sólo produjo un millón y es, además, el mayor consumidor de cobre a nivel mundial.

Espero que estas impactantes comparaciones respalden poderosamente una serie de obvias conclusiones. En primer lugar, que China aprendió la lección del colapso de la URSS y ha evitado cuidadosamente entrar en una carrera armamentista con Estados Unidos sobre una débil base económica, cosa que seguramente evitará también en el futuro porque sabe que una guerra de agresión ya no es posible dadas las armas que ya posee. En algún momento usará su poderío económico y la necesidad del resto del mundo de su producción industrial para desatar crisis a nivel general. La incógnita está situada en cuando ocurrirá esa opción catastrófica.

Es de notar que, a su diferencia, Putin no parece haber aprendido la lección del propio colapso de su patria en la Guerra Fría, puesto que ha reanudado el conflicto de desgaste económico sobre una base muy inferior a la de Estados Unidos y Europa Occidental. Ni siquiera asimiló la lección de lo desgastante que son las guerras parciales de agresión, como las que el propio Estados Unidos ha sufrido en tantos lugares del mundo como Corea, Vietnam, Afganistán, Iraq, etc.

Lo pasaremos mal los que somos pequeños e internacionalmente insignificantes peones en este monstruoso ajedrez mundial. Esta Guerra Tibia nos será muy cara y nos encuentra inermes ante ella. Son las trágicas consecuencias de malinterpretar las lecciones de la historia.

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