Lengua franca

Columna
El Mercurio, 26.07.2023
Carlos Franz, escritor

En su libro “Persona non grata”, Jorge Edwards afirmó que su nombramiento como encargado de negocios en Cuba anunciaba un conflicto, pues él, además de diplomático, también era escritor. Apenas llegado a La Habana, el 7 de diciembre de 1970, Edwards dio una entrevista al diario Granma, en la que enfatizó esa doble militancia suya. De inmediato, algunos intelectuales cubanos murmuraron que este diplomático no duraría mucho en su cargo, ya que los escritores eran considerados un peligro por el gobierno.

En un régimen totalitario como el cubano las diferencias entre el lenguaje de un diplomático y el de un escritor pueden agudizarse hasta entrar en conflicto. Generalmente, se considera que el lenguaje diplomático debe ser prudente, cauto. El Diccionario de la Lengua Española señala que la palabra “diplomático” es sinónimo de “circunspecto, sagaz, disimulado”. En cambio, se considera que la lengua del escritor puede y debe ser franca hasta la imprudencia.

Hasta donde sabemos, durante su misión en La Habana, Edwards fue locuaz, como siempre, pero no fue imprudente con sus palabras. Ni siquiera Fidel lo acusó de hablar demasiado. Sin embargo, es posible que “nuestro hombre en La Habana” de aquellos años cometiera otra especie de imprudencia. Es posible que Edwards animara a otros a hablar demasiado. Jorge fue un gran conversador. Esta aptitud es contagiosa, sobre todo si la regamos con unas botellas de whisky internadas con franquicia diplomática. Los cubanos de 1970, especialmente los intelectuales, se sintieron en confianza con él y se fueron de lengua. ¡Gravísimo error en un país donde hasta las paredes tienen orejas!

Crear confianzas es una misión importante de la diplomacia. El problema estuvo en que Edwards creó confianza en los atemorizados críticos de un poder totalitario. Esto, naturalmente, provocó que ese poder sintiera una desconfianza simétrica. Adoptando este último punto de vista —y hablando como generales medio siglo después de la batalla— podríamos concluir que el nombramiento de Edwards en Cuba fue lo que él mismo sugirió: un error diplomático.

Por mi parte, creo que, aunque su designación fuera errada, el desempeño de Edwards fue un acierto. Durante esos meses tensos él animó a sus contertulios a hablar y ellos olvidaron momentáneamente sus temores y soltaron sus lenguas. Así, el encargado de negocios consiguió enterarse de algunas verdades extraoficiales, en un régimen que solo admitía versiones oficiales. Esas verdades tapadas por el miedo colectivo o negadas por la obsecuencia ideológica eran mucho más difíciles de obtener y, por eso mismo, más valiosas.

Como si eso fuera poco, el oído atento del escritor también supo registrar los descuidos del poder. La misma noche de su llegada a La Habana, a las dos de la mañana, Fidel le dijo a Edwards, delante de otras personas, que Allende debía ir despacio, que debía nacionalizar el cobre y dejar el socialismo para más adelante. Y agregó: “De lo contrario tendrá que luchar simultáneamente contra muchos enemigos”. No sé si Edwards transmitió a Santiago esa insólita recomendación de Fidel. Pero lo que sí sé es que este pasaje, al igual que muchos otros, demuestra la vigencia de “Persona non grata”. Ahora mismo, por ejemplo, su relectura podría orientarnos en la conmemoración de los 50 años del golpe de Estado.

Durante esos meses de fines de 1970 y comienzos del 71, la improvisada misión de Chile funcionó en la misma suite del Hotel Habana Riviera donde alojaba Edwards. Ahí, él se daba tiempo para anotar en un cuaderno privado sus conversaciones y experiencias. Pero un día su secretario le informó que, durante sus ausencias, había oído pasos en su cuarto cerrado. Edwards concluyó que la omnipresente Seguridad cubana se colaba en su habitación para fotografiar sus papeles y ese diario. Asustado, desde aquel momento empezó a escribir en su cuaderno usando eufemismos, ambigüedades, símbolos y claves. En buenas cuentas, la lengua franca del escritor adoptó la desconfianza e incluso el lenguaje cifrado que se atribuye a la lengua diplomática.

Después, ya destinado en París y luego exiliado en Barcelona, ese diario le sirvió a Edwards para la escritura de “Persona non grata”. En ese proceso, el escritor tuvo que retraducir las claves que había empleado a la lengua abierta e imprudente de la literatura.

Sería interesante revisar ahora aquel cuaderno, pero resulta que unos años después, estando Edwards en Colombia, este le fue robado. ¿Quién habrá cometido ese hurto tan extraño? Como también soy escritor, me siento libre para imaginar que fue robado por unos espías. Hoy, ese cuaderno semicifrado podría estar en el expediente secreto sobre Jorge Edwards que, sin duda, se guarda en los archivos de la Seguridad cubana. Quizás lo sepamos algún día. O nunca.

Mientras tanto, lo que podríamos hacer sería recopilar y publicar los oficios enviados por Edwards a la Cancillería chilena desde La Habana. Esos oficios formarían un librito interesante, que serviría de contraste con la lectura de “Persona non grata”.

(Intervención del escritor Carlos Franz en el homenaje de la Cancillería a Jorge Edwards)

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