Política exterior: democracia y DD.HH.

Columna
El Mercurio, 03.10.2023
Joaquín Fermandois, historiador y columnista

Las declaraciones del presidente Boric acerca de los derechos humanos en China, como antes su condena a la invasión rusa a Ucrania, levantaron polvareda en su sector. Las caras largas vinieron más bien de los comunistas y de una extrema izquierda que sueña con el castrismo. Esta vez el presidente no incluyó a Venezuela en sus críticas (y a pocos en Chile se les ha ocurrido protestar por la barbaridad que se ha hecho con la expresidenta Jeanine Áñez en Bolivia, cuando el golpe fue iniciado por Evo). Sin embargo, no se disuelve el sabor a doble estándar, tan usual en estas materias, y que la conmemoración de los 50 años proporcionó bastante ocasión de practicar a fondo ese pecado.

En el caso de China, ha habido críticas transversales al presidente; uno sospecha que aquí también ha habido cierta confusión conceptual. Está entre medio el entuerto no insignificante de que nos movemos bajo la hegemonía —no necesariamente maligna— de EE.UU., con todos los intereses materiales e ideales que ello significa; y que China solo crecerá en influencia y, además, pequeño gran detalle, es el principal destino de las exportaciones chilenas.

Se puede escoger un simple pragmatismo siguiendo las estrellas polares degradadas del pragmatismo político y económico. Con rapidez nos encontraremos que nuestra política exterior perderá todo rumbo y consistencia, carente de sentido estratégico; también se le esfuma esa parte intangible y muy real que se llama legitimidad o valores político-morales. Aferrarse a un solo catecismo tampoco resulta, como los comunistas, que continúan siendo acólitos de Moscú, aunque allí resida un régimen que por donde se le mire pertenece a la derecha archinacionalista. ¿Qué norte va a tomar Chile, si es que se orienta hacia uno, que sea más que retórica de lo políticamente correcto (hay varias versiones)?

Para un país de las dimensiones del nuestro, solo puede tener sentido adquirir protagonismo en derechos humanos, tanto por principio —un sistema democrático, el único que posee realmente el moderno Estado de derecho—, como lo requiere por autodefensa en caso necesario. En su existencia más profunda, Chile no depende de la gracia de la región, sino que de un equilibrio global, al que la salud de las grandes democracias desarrolladas —algo descuajeringadas en estos días— le es fundamental, y debe estar en sintonía relativa en este tema. El ser prudentes y adquirir protagonismo —también delicado equilibrio— no significa precisamente permanecer mudos. En el caso chino, basta con lo que ya dijo el presidente.

De ahí que un activismo en derechos humanos como estrategia sistemática solo se debe desarrollar en América Latina. Así como en el mundo hay situaciones ante las que nos debemos pronunciar (Ucrania), también en nuestra región a veces no queda otra que transar con la realidad de poder. No estuvo bien que se hubiera nombrado a un enviado crítico de Bolsonaro (para nada santo de mi devoción), dejando vacante casi un año una embajada para Chile de gran magnitud. Con ocasión del golpe de Onganía, en Argentina, el 28 de junio de 1966, condenado casi transversalmente en Chile por el impacto que produjo, los más radicales propugnaban retrasar bastante el reconocimiento. Era un lujo que no podíamos darnos y sabiamente la administración Frei lo reconoció a los pocos días. Recuerdo bien que el destacado comentarista Luis Hernández Parker —provenía de la izquierda— aconsejó este curso desde un primer momento. Paradoja, en lo referente a fronteras y límites, las relaciones con Argentina mejoraron por los años siguientes.

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