Sin una buena constitución, Boric fracasará

Columna
El Líbero, 04.03.2022
Patricio Navia, cientista político y profesor (UDP)

Para que su gobierno tenga éxito, el presidente electo necesita que la constitución que nazca de este proceso no se convierta en una camisa de fuerza que le imposibilite gobernar.

Aunque hasta ahora ha intentado no involucrarse en el proceso constituyente, una vez que asuma la presidencia Gabriel Boric deberá rápidamente buscar encauzar el trabajo de la convención constitucional para que llegue a buen puerto. Si esta propone una constitución maximalista, con una lista excesiva de derechos y normas constitucionales que no han funcionado en ninguna parte, el gobierno de Boric fracasará. Porque nadie puede gobernar con una constitución mal diseñada, contradictoria y voluntarista, Boric deberá convertir el encauzamiento de la convención constitucional en su primera y más importante tarea apenas llegue al poder.

Desde que ganó las elecciones en diciembre, el presidente electo ha evitado enfrentarse a la convención constitucional. Pese a que muchas de las normas que han sido ratificadas en sala y otras que han sido votadas en comisión constituyen amenazas evidentes a la certeza jurídica y a la estabilidad democrática del país, Boric ha intentado buscar un balance entre el enorme apoyo popular a la idea de tener una nueva constitución y la creciente preocupación entre aquellos que se han molestado en revisar el contenido de lo que será la nueva carta fundamental que proponga la convención.

Pero esa neutralidad no funcionará cuando Boric asuma la presidencia. Después de todo, la convención constitucional está dibujando las reglas del juego en el que su gobierno será el principal protagonista. Si las reglas son malas, su gobierno no podrá tener éxito. Si la nueva constitución confirma la tendencia maximalista que hasta ahora se ha manifestado en las normas votadas favorablemente, el gobierno de Boric deberá intentar flotar con una mochila de plomo.

Aunque muchos entusiastas defensores del proceso insisten en que las cosas no están tan mal, nadie se atreve a decir que el contenido de la nueva constitución es una mejora sustantiva respecto a la constitución actual. Es cierto que el proceso democrático de su creación es legítimo, a diferencia de la constitución de 1980. También es positivo que se avance en el reconocimiento constitucional de los pueblos originarios. Pero las barbaridades que ha decidido respecto a la descentralización fiscal, los sistemas paralelos de justicia y el balance de poderes en el congreso bicameral son bombas de tiempo que explotarán más temprano que tarde.

Los convencionales irresponsablemente optaron por ignorar la tradición constitucional chilena. En vez de revisar los textos anteriores y optar por qué cosas mantener y cuáles modificar, la convención optó por redactar una constitución desde una hoja en blanco. Peor aún, se negó a mirar la experiencia comparada para ver qué ha funcionado en países similares y qué ha fallado. Como novatos arquitectos que quieren construir una casa distinta a todas las casas que existen, la convención está redactando un texto que entrará a los textos de historia por sus conceptos innovadores y por su obsesión por romper con la tradición nacional. Hubiera sido más razonable intentar mantener lo bueno y corregir lo malo a partir de una revisión de la historia constitucional de Chile.

La convención también parece creer que las constituciones se redactan en poesía. Abusando de adjetivos, redundancias y lugares comunes, la convención se ha olvidado de la necesidad de usar un lenguaje claro y concreto. La convención ha cambiado el poder judicial por un sistema de justicia, ha mandatado a los jueces a hacer justicia con una perspectiva de género (como si impartir justicia necesitara adjetivos) y, buscando reconocer la diversidad plurinacional, ha creado sistemas de justicia paralelos sin establecer cuál dirimirá en caso de controversias.

Como las constituciones son las reglas del funcionamiento de los países, el maximalismo y la falta de precisión del texto que está redactando la convención constitucional harán imposible gobernar una vez que entre en vigencia el nuevo texto. Como una mayoría de los chilenos no se molestó en leer la constitución actual y tampoco se molestará en leer el extenso nuevo texto constitucional, la preferencia que tienen los chilenos por dejar atrás la constitución de Pinochet hará muy difícil que una mayoría rechace el texto propuesto por la convención.

Por eso, porque él deberá comenzar a gobernar con la constitución maximalista que se está engendrando al interior de la convención constitucional, el presidente Gabriel Boric deberá buscar intervenir en el proceso constituyente para evitar que le caiga un salvavidas de plomo cuando se esté terminando su luna de miel y la ciudadanía demande soluciones concretas de su gobierno a los difíciles momentos económicos que se vienen para el país.

Una mala constitución le hará daño al país y frustrará los sueños y aspiraciones de muchos chilenos. Pero aunque entrar en una dinámica de cambios constitucionales permanentes es malo, las constituciones siempre pueden ser remplazadas por otras constituciones —como tan trágicamente ha mostrado la historia de América Latina. Para el cuatrienio de Boric, no obstante, una mala constitución será una mochila demasiado pesada para cargar. Para que su gobierno tenga éxito, Boric necesita que la constitución que nazca de este proceso no se convierta en una camisa de fuerza que le imposibilite gobernar.

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