Columna El Dínamo, 20.01.2024 Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado, exdiplomático y columnista
El sábado pasado se realizó la primera elección clave del súper ciclo electoral que transcurrirá este año en el mundo. Estamos hablando de la República de China o Taiwán, como se le conoce comúnmente.
Recordemos, a modo de contextualización, que, al ser derrotados en la guerra civil por los comunistas, los nacionalistas chinos huyeron a lo que se conocía entonces como la isla de Formosa, que había sido dominio japonés entre 1895 hasta su derrota en la Segunda Guerra Mundial, esperando poder recomponer sus fuerzas para volver a conquistar el territorio continental. Pero como sabemos, esa oportunidad nunca llegó y desde 1949 existe la República Popular China, gobernada ininterrumpidamente por el Partido Comunista.
Durante mucho tiempo las potencias occidentales y buena parte del mundo siguió reconociendo a la República de China (Taiwán) y su gobierno como legítimos representantes de toda la Nación China. Esto incluía a Naciones Unidas y a las otras organizaciones multilaterales. Esto cambió radicalmente en 1979, cuando el presidente Jimmy Carter se dirigió a la nación para anunciar un giro decisivo en la política exterior de Estados Unidos con respecto a China. Tras casi tres décadas de ruptura entre Washington y Beijing, EE.UU. reconocía oficialmente a China, abría relaciones diplomáticas y rompía con Taiwán.
“Estados Unidos reconoce al Gobierno de la República Popular China como el único Gobierno legal de China”, dijo el presidente Carter. Fue una ruptura que además dejó a la República Popular la soberanía de la isla.
El giro inesperado de EE.UU. comenzó a forjarse durante la presidencia de Nixon con el papel de Henry Kissinger, buscando una alianza que contuviera e incluso hiciera retroceder a la Unión Soviética y sus aliados. Para sellar esa alianza, Beijing logró que EE.UU. aceptara tres condiciones: la ruptura de relaciones con Taiwán, la retirada militar de la isla y el compromiso con el cumplimiento del Tratado de Defensa Mutua (en la eventualidad de una guerra con la URSS). China, a su vez, se comprometió a no invadir territorio taiwanés para unificar el país.
No obstante, el acuerdo entre los gobiernos de ambos estados, desde el Congreso estadounidense surgió un proyecto de ley, impulsado por los partidarios de Taiwán, que terminó siendo promulgada ese mismo año y que se conoce como la Ley de Relaciones de Taiwán. Dicha ley autoriza las relaciones diplomáticas de facto con las autoridades gubernamentales de la isla y establece que cualquier acuerdo internacional realizado entre la República de China (Taiwán) y los Estados Unidos antes de 1979 sigue siendo válido a menos que se rescinda de otra manera.
La ley establece que Taiwán sea tratado bajo las leyes de los Estados Unidos como “países, naciones, estados, gobiernos o entidades similares extranjeros”, tratando así a Taiwán como un equivalente de estado extranjero en una condición “sub-soberana”.
Esta ley requiere también que Estados Unidos tenga una política “para proporcionar a Taiwán armas de carácter defensivo” y “para mantener la capacidad de Estados Unidos para resistir cualquier recurso a la fuerza u otras formas de coerción que pondrían en peligro la seguridad, o el sistema social o económico del pueblo de Taiwán”.
Esta norma es crucial porque es la garantía que lograron sacar los nacionalistas chinos de la isla, pero también ha sido motivo de recurrentes tensiones y crisis entre China y Estados Unidos, al considerar el primer país que esto vulnera el reconocimiento de una sola China, mientras que EEUU argumenta que no hay contradicción y que el suministro de armas defensivas es coherente con el compromiso chino de no recurrir a la fuerza para la reunificación.
Al momento del histórico acuerdo sinoestadounidense tanto China como Taiwán eran regidos por regímenes autoritarios. Pero en la isla esto comenzó a cambiar, y en 1996 se realizaron las primeras elecciones presidenciales directas, triunfando el presidente en ejercicio y representante del partido Kuomintang (nacionalista) en el gobierno desde 1949, Lee Teng Hui. Lo notable es que este presidente que había sido apuntado como sucesor por Chiang Chin Kuo (hijo del “primer” presidente de Taiwán Chiang Kai Shek), decidió liberalizar el régimen político y abrió las puertas para su democratización, lo que derivó en un notable y rápido proceso. Esto constituye una potente evidencia que deja sin piso el argumento de que el sistema democrático no es aplicable en culturas asiáticas.
En el 2000, se produce la primera alternancia en el poder en la isla, siendo electo Shen Chui Bian, del partido opositor DPP, creado solo 16 años antes y que buscaba la independencia de la isla de China.
Ese año se marca un hito y aflora con fuerza la representación de un sector importante de la sociedad de la isla que no se considera chino (más allá de la afinidad cultural) y que quiere hacer un camino propio. Hay que decir que la mayor recurrencia al nombre de Taiwán es un reflejo de este sector de la sociedad que está integrado por población indígena (no Han como Han pero que lleva mucho tiempo en la isla versus los que llegaron en 1949), en contraste con el nombre de “República de China” que es el más utilizado por los descendientes de quienes llegaron desde el continente tras la guerra civil.
Desde entonces han alternado los nacionalistas (KMT) con el DPP, siendo la principal diferenciación entre ellos que los primeros aspiran a reunificarse con China, bajo ciertas condiciones, mientras el DPP busca el camino propio.
En 2016 fue electa como presidente la primera mujer y además representante del DPP, Tsai Ing Wen. En 2020 fue reelegida y ahora por primera vez cede el poder al candidato ganador y miembro de su partido, además de su vicepresidente, Lai Ching Te.
Esta fue una campaña a tres bandas, con la emergencia de un nuevo partido y liderazgo que vino a disputar la primacía al KMT y al DPP. Se trata del Partido Popular de Taiwán (PPT), fundado y liderado por Ko Wen Je, popular alcalde de Taipei entre 2014 y 2022.
El DPP triunfó con 40% de los votos frente a al 33% del KMT y 26% de PPT. Sin embargo, el DPP no tendrá mayoría en el parlamento de 113 escaños, correspondiéndole 51 frente a 52 del KMT y 8 del PPT, siendo los 2 restante independientes.
¿Qué podemos destacar de estas elecciones y de sus consecuencias?
En primer lugar, que el DPP triunfó pese al desgaste de 8 años y la cerrada oposición de China y su injerencia en el proceso. Parte de este triunfo se debe precisamente al rol de China. Desde 2014 cortó el diálogo con la isla y escaló en sus amenazas, tanto verbales como en sanciones comerciales y recurrentes ejercicios militares en las cercanías de Taiwán. Esto reforzó la posición de quienes creen que la reunificación implicará el cese de sus libertades. Y como el KMT proponía retomar el diálogo con miras a la reunificación, esto generó el temor de la mayoría que votó en contra de esa opción.
El triunfo del DPP entonces significa profundizar la senda de la autonomía, manteniendo al menos el statu quo, aunque incrementando el gasto en defensa. Esto se ve reforzado por una encuesta sobre la identidad de los isleños que se realiza desde 1992 por la National Chengchi University’s Election Study Center y que en 2023 reflejó que 63% de los entrevistados se siente “solo taiwanés”, mientras el 31% se siente “igualmente taiwanés y chino” y solo el 3% se declara “únicamente chino”.
El triunfo fue también posible porque la oposición fue dividida.
La victoria del DPP no fue un cheque en blanco, ya que no contará con mayoría parlamentaria. También quedó en evidencia que un amplio porcentaje de jóvenes votó por el nuevo partido PPT, hastiados de la discusión en torno a la relación con China y demandando soluciones a sus problemas más cotidianos como el desempleo, el creciente costo de la vida, la falta de viviendas. Esto podría ser el preludio de un cambio de eje en la política local.
China reaccionó menos virulentamente de lo esperado al triunfo de Lai, a quien tilda de rebelde y separatista, pero declaró que el resultado no “representaba el sentir mayoritario de los isleños”. Está por verse qué acciones va a tomar en los próximos meses. Si endurecer su posición con más sanciones, amenazas y ejercicios militares o cambiar su estrategia, por ejemplo, apostando a que la oposición bloqueará al DPP en el parlamento y lo obligará a transigir.
En todo caso, la vía que adopte China también estará sujeta al resultado de las elecciones en Estados Unidos en noviembre. Aunque existe un consenso bipartidista en Washington respecto de la rivalidad con China, un eventual triunfo de Trump se percibe como menos favorable a la postura de defender a Taiwán en caso de agresión por parte de China.
Más allá de los candidatos a la presidencia y parlamento, la gran ganadora es la democracia taiwanesa, con una alta participación, una prensa libre y el respeto a la institucionalidad por todas las partes.
También se ha acrecentado la distancia entre Taiwán y China y se ve cada vez más lejana la posibilidad de que la isla se una voluntariamente a la República Popular como una provincia más.
La isla, aunque quiera pasar desapercibida y vivir tranquilamente, seguirá en el centro de la seguridad mundial.
Hablaron los ciudadanos de Taiwán. Resta ver qué dicen los electores de otros países.