Evo y la revolución indigenista

Columna
El Líbero, 22.08.2022
José Rodríguez Elizondo, periodista, escritor y Premio Nacional de Humanidades (2021)
Del prejuicio de la inferioridad de la raza indígena empieza a pasarse al extremo opuesto: el de que la creación de una nueva cultura americana será obra de las fuerzas raciales autóctonas (J.C. Mariátegui)

Cuando se creía que la implosión de la Unión Soviética, la exitosa economía de mercado de China y la desastrosa performance de Nicolás Maduro marcaban el fin definitivo de las revoluciones marxianas, un combinado de ideólogos y políticos jóvenes extraía de sus rescoldos un nuevo fantasma: la revolución indigenista y plurinacional, que hoy recorre la región.

Hay quienes afirman que la revolución latinoamericana de inspiración marxista hoy sólo es tema para memoristas.

Creo que es un buen deseo -un wishful thinking, para que me entiendan- de los demócratas variopintos. Parafraseando el lema castrense “el mando nunca muere”, esos procesos nunca desaparecen. Mutan en proyectos del mismo espíritu con nuevas encarnaciones, mientras sus jefes derrotados procrean a sus descendientes o sobreviven como “samuráis cesantes”, según la cruda descripción del excastrista Regis Debray.

Una retrospectiva simple lo confirma. En poco más de medio siglo hubo tres grandes proyectos frustrados: la transición revolucionaria desde las instituciones, liderada por Salvador Allende; la revolución armada continental, catalizada por Fidel Castro, y la revolución bolivariana de Hugo Chávez, con elecciones intervenidas y ejército militante.

Por lo dicho, cuando se creía que la implosión de la Unión Soviética, la exitosa economía de mercado de China y la desastrosa performance de Nicolás Maduro marcaban el fin definitivo de las revoluciones marxianas, un combinado de ideólogos y políticos jóvenes extraía de sus rescoldos un nuevo fantasma: la revolución indigenista y plurinacional, que hoy recorre la región.

 

Bolivar lo anunció

La percepción de los Pueblos Originarios (PP.OO.) como fuerza contestataria viene de nuestros libertadores. Bernardo O’Higgins quiso incorporarlos a la emergente nacionalidad en modo jurídico. Por decreto de 1818 dispuso que “respecto de los indios no debe hacerse diferencia, sino denominarlos chilenos”. Simón Bolívar, en cambio, fue fríamente realista.

En 1819, ante el Congreso venezolano, asumió que los patriotas triunfantes enfrentarían el más complicado de los conflictos: “el de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenernos en el país que nos vio nacer”.

Durante dos siglos, el mestizaje redujo la crudeza de ese conflicto. Pero, por déficit de políticas públicas integracionistas y superávit de mala onda, hoy coexistimos con PP.OO. ajenos a la nacionalidad y conservadores de sus culturas. Algunos con densidad demográfica mayoritaria, y todos entre descontentos e indignados con los políticos del establishment.

De ahí que, mientras Fukuyama fantaseaba con el fin de la historia, ideólogos neomarxistas descubrían en los indígenas la fuerza social necesaria para mutar de caciques solitarios en líderes de masas.

Eran la alternativa revolucionaria a la democracia liberal y a ese “comunismo de academia”, que seguía fiel a la utopía del “futuro radiante para la humanidad”, con base en los obreros y el desarrollo del capitalismo industrial.

Como contrapunto, instalarían en sus cenáculos la utopía arcaica del “buen vivir” de los PP.OO., respetuosos de la Pachamama, de la “sintiencia” de los animales y del cuidado de los ecosistemas.

 

Teoría de la indigenidad

El pistoletazo inicial lo dio el coronel Hugo Chávez en 1999. Antes de asumir la Presidencia de Venezuela, decidió que el primer deber de un revolucionario socialista era terminar con las constituciones de impronta democrático-liberal, levantar una a su pinta y hacerlo antes de que la opinión pública recapacitara.

Lo dijo en su histórico juramento de toma de posesión: “Juro por esta moribunda Constitución”.

Las tesis indigenistas que vinieron con ese impulso, lideradas por jóvenes criollos, son refritos del marxismo congelado, frases aisladas de Mariátegui, actualizaciones de Antonio Gramsci e incrustaciones recientes de Rosa Luxemburgo (esto, quizás como homenaje al paritarismo).

Formalmente, canjean la voz “revolución” por la voz “refundación” y postulan el reemplazo del Estado nación por un Estado plurinacional.

El objetivo estratégico es rehacer la mala historia real, abriendo paso a “sociedades posneoliberales”, que liquiden la “mentalidad colonizada”, presuntamente contagiada a “los comunistas de cátedra” (léase socialdemócratas).

A estos se les reprocha haberse aferrado a las reglas del juego democrático-liberal con la fórmula “un ciudadano, un voto”, y ponen como ejemplos a la Concertación chilena, el PT brasileño, el kirchnerismo argentino y el Frente Amplio en Uruguay.

Como contrapartida, los refundadores exaltan las movilizaciones de los PP.OO., con énfasis en la ecuatoriana de octubre 2019, liderada por Leónidas Iza, indígena con estudios superiores y coautor del libro El Estallido.

Según el prologuista Hernán Ouviña, Iza postula un “comunismo indoamericano”, con acción directa, autodeterminación territorial, revitalización de los símbolos, crítica de la herencia colonial y un proyecto civilizatorio en el que destacan el “buen vivir”, la plurinacionalidad, la diplomacia de los pueblos, la soberanía alimentaria, y la interculturalidad.

 

Evo con todo

Tras el fallo de Corte Internacional de Justica (CIJ) de 2018, que denegó su pretensión de soberanía marítima e incidió en su abrupta salida del poder, Evo Morales no arrojó la toalla.

Por el contrario, inició una segunda fase, geopolítica, de su estrategia “recuperacionista”: potenciar y proyectar a la región el proceso plurinacional que había iniciado en Bolivia con la Constitución de 2009.

Para ese efecto, su exvicepresidente Álvaro García Linera ya había escrito el programa de una revolución indigenista continental, con un paradójico colofón nacionalista, según el cual aquella suponía “la resolución del tema marítimo”.

A sabiendas o no, esto implicaba iniciar una estrategia de aproximación indirecta, que comenzaba por licuar en la plurinacionalidad el tratado chileno-peruano de 1929. Esto es, el que garantiza la continuidad geográfica de ambos Estados nacionales.

El problema es que ese empeño exigía un liderazgo continental y Morales ya no era jefe de Estado. Sin embargo, ejerciendo un voluntarismo de alta intensidad, decidió que podía asumirlo por default.

Desaparecidos Castro y Chávez, desacreditado Maduro y empecinados en dura lucha interna los peronistas Alberto y Cristina Fernández, no había otro dirigente de nivel presidencial a la vista. En todo caso, la realidad le exigía actuar al toque, por si en Brasil volvía Lula y porque en Bolivia había otro presidente.

Así fue como, en diciembre pasado, Morales quiso oficiar como sumo sacerdote de una América Latina plurinacional, convocando a líderes del PP.OO. a un gran evento en el Cusco -sede emblemática del imperio inca-, con el tácito visto bueno del presidente peruano Pedro Castillo.

En esos trajines estaba, cuando diez prestigiados excancilleres y vicecancilleres peruanos emitieron una fortísima declaración que le reventó el tema: “No se puede permitir y menos apoyar a políticos extranjeros para realizar eventos que propician la división entre peruanos y buscan la destrucción del Estado de derecho”.

Agregaron que Morales pretendía “desmembrar al Perú otorgando a Bolivia una salida soberana al Pacífico y así conformar una nación aymara como extensión territorial boliviana”. Aunque los diplomáticos peruanos no lo expresaron, tal declaración defendía, de manera elegante, el tratado de 1929.

Por lo dicho, la penúltima esperanza de Morales para seguir ofreciendo mar soberano a sus connacionales y así recuperar su poder político, estaba en que la Convención Constituyente chilena aprobara la plurinacionalidad indigenista, cosa que sucedió en febrero de este año.

Por eso, no sólo felicitó calurosamente a los convencionales ese mismo día. En paralelo, asumió la causa del “apruebo”, que es su última esperanza y debe definirse el próximo 4 de septiembre.

 

Continuará

Al parecer, nuestros jóvenes neorrevolucionarios ignoran dos temas clave: Uno, que reiniciar negociaciones marítimas con Bolivia siempre ha ocasionado problemas graves con el Perú.

Difícil sería que esto lo solucione una revolución plurinacionalista exitosa. El otro, que Mariátegui, el indigenista mayor de América Latina, no miraba a los PP.OO. con lirismo de intelectual blanco.

En su libro Peruanicemos el Perú dice que “los indios no entenderán de veras sino a individuos de su seno, y del blanco, del mestizo, desconfiarán siempre”.

Sobre el tema segundo, está claro que en los PP.OO. de Chile hay diversidades políticas gruesas. Por ello, no todos se sintieron representados por sus convencionales étnicos. Incluso hay lonkos que repudian, por igual, las débiles democracias vigentes y el proyecto refundacional de los neorrevolucionarios.

Algunos, incluso, han iniciado acciones armadas con métodos terroristas, que los medios informan o publicitan y el gobierno soslaya.

Quede para otra ocasión, entonces, el planteo de una interrogante de carácter decisivo: hasta qué punto los indígenas de los once pueblos que la Propuesta reconoce como naciones, están dispuestos a subordinarse a la conducción de los neorrevolucionarios “chilenos”.

Es el nuevo tema de si procede que deschilenicemos a Chile y el viejo tema de quién manipula a quién.

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